jueves, septiembre 30, 2010

Don Toño, el del aseo


No me gusta escribir por encargo, pero hice una excepción porque el tema dió para algo que consideré divertido. Es para todos los que en la escuela recuerdan al señor del aseo. Yo recuerdo, sobre todo, a Don Jorge, de la escuela de mi mamá.

Puede cantarse, como juego de palmas y el nombre se puede cambiar según la persona que tengan en su escuela.



Don Toño

Don Toño abre, abre que abre
y nos limpia el salón, salón, salón.
Si salgo al recreo, creo, qué creo,
nos presta el balón, balón, balón.

Don Toño barre, barre que barre
y le dice a Ramón, Ramón, Ramón
Hoy pórtate cuerdo, cuerdo, qué cuerdo,
serás un campeón, campeón, campeón.

Don Toño silba, silba que silba
Aquella canción, canción, canción.
Y se sube a su bici, bici, qué bici,
y le decimos adiós, adiós, adiós.

jueves, septiembre 23, 2010

Bordando tu voz

Este texto salió de un taller que acabo de tomar con María Baranda. Muy enriquecedor. Va dedicado sobre todo a mi tía Gracia, mi mamá y mi tía Martha, que seguidito entran a leer qué publico por acá:


Bordando tu voz

Tu voz se perdió en la caja de la costura.
Dejó de cantar el aililí, también el ailalá.
Y es probable que se haya enredado entre el estambre
del gato y los seguros.
La esculco y aparecen tus frases bordadas en punto de cruz.
Y tu llanto se sujeta con un alfiler.
Canta una zarzuela llena de holanes, es un tango que sale del ritmo de dos agujas que no dejan de tejer una extensa bufanda que cuelgo al cuello y arrastro al piso y sale a la calle a enterarse de lo que pasó con la vecina hasta detenerse a rezar un rosario en aquella iglesia.
Si sacudo la caja, se abotonan mis orejas.
Si la vacío, los hilos buscan mis ojillos para tratar de ver
lo que recuerdo de ti.
Para oír de nuevo, pongo atención al susurro de cada encaje.
Y decido bordarte en lila, en la punta de un pañuelo.

lunes, septiembre 20, 2010

97 y 104

La señora teje sentada en una silla. Le hablamos. Responde con amabilidad. ¡Pasen! dice con entusiasmo, apenas se puede levantar, deja su tejido, camina y nos habla de sus plantas, de cómo le gustan las flores. Son mi alegría, me quieren porque las quiero, también tengo chiles y allá atrás tengo un palito de limas. ¡Vayan! Agarren una bolsa de plástico y llévense unas. La seguimos lentamente hasta la parte trasera de la casa. No le ayudamos a caminar. Para ella es un logro valerse por sí misma. Para nosotros, un milagro. Mi esposo está recostado. Es que ya está viejito, nos dice, y se entiende la broma luego de que nos confiesa su edad. Yo tengo 97 años. Echamos una decena de limas. ¡Pero llena la bolsa! ¡Ahí tenemos mucho!, reprende con amabilidad. Estamos en un rancho llamado Palmitos. Estamos casi 100 años atrás. Bueno, 104, si se trata de hablar de la edad de Don Chuy, quien sale del baño, levanta una silla de plástico y la acerca para platicar. Se sienta, sube los pies en la silla y recoge las piernas con los brazos. Es como un pequeño tótem. Toda la gente recuerda que así se acomoda desde siempre.

Nos hablan de sus 6 hijos, de sus casi 30 nietos, de sus muchos más bisnietos, de las vacas que vendieron porque ya no las pueden atender. Es lo que le dije, mira, vendemos las vaquitas y nos compramos una buena para nosotros, explica ella. Nos da ocho litros diarios, agrega él, quien recuerda todo, quien habla poco, quien nos observa mientras pensamos en sus muchos años y nos damos cuenta de la brevedad con que ellos nos hablan de su vida.

Fui jimador. Hacíamos vino en una taberna que tenemos por aquí. Venían arrieros desde Zacatecas. También fui curtidor. Escuchamos historias. Las que él nos quiera contar, las que ella nos quiera compartir. Él de lo que hacía, ella de la familia. Nos ayuda una nuera. Viera qué buena me salió. Es como mi hija. También nos viene a ayudar una nieta. Algunos se van para Estados Unidos. Nos mandan un dinerito. Nos invitan a que vayamos. Éste no quiere, dice que no, que para qué va. Que mejor se queda.

Nos hablan de los mosquitos que hay ahora y antes no, de las muchas horas que hacían para cruzar la barranca y llegar a Tequila, de lo mucho más que hacían para Guadalajara, de lo poco que ahora se hace porque ya hay carretera y de la camioneta que les regaló un nieto por si hace falta llevarlos al doctor, consigan un chofer y los lleven.

Escuchamos. La vemos sonreír, a él contemplar distraído la casa donde se crió, los árboles de en frente, quizás recordando más su pasado. Nos hablan de las gorditas con manteca que cargaban los arrieros, del ponteduro hecho con maíz y la panocha del piloncillo, de los rollos de carne seca que traían de El Teúl y de Florencia a cambio de tequila.

Yo le digo a ella que ya se deje de obra, que ya deje las plantas, pero no se está en paz. Mire, él me dice eso, pero mis flores son pura felicidad, mi alegría. ¿Para qué quiero estar ahí sentada sin hacer nada? Yo disfruto mis plantitas, mis florecitas, yo las riego, les hablo bonito y ellas me quieren… Luego hay gente más nueva que yo que ahí se ve toda viejita.

Así sucede. No se están en paz. Ayudados de su bordón caminan, se cuidan, siguen juntos y encuentran en unas flores, en la próxima celebración de los 105 años, en la llegada del nuevo bisnieto, motivos para continuar.

miércoles, septiembre 15, 2010

Educar al grito de guerra


Que los niños héroes, ni eran niños, ni eran héroes; que Porfirio Díaz no fue siempre tan villano como se cuenta; que Antonio López de Santana amaba a México y pudo ser el primer nacionalista; que Benito Juárez intentó abrir un camino comercial que uniera al Pacífico con el Atlántico (lo que ahora es el Canal de Panamá) por el Istmo de Tehuantepec y, aunque no duró tanto como Díaz, también fue un dictador; que algunos de los que iniciaron la Guerra de Independencia en realidad querían otra cosa, se les fue de las manos y terminaron luchando por nuestra libertad; que Estados Unidos ha manejado nuestro destino durante casi 200 años, son datos que pueden impactar a cualquier adolescente de secundaria. Al final, esto resulta ser más traumático que saber que el Niño Dios, Santa Claus y Los Reyes Magos, no son quienes nos traen en persona los regalos navideños.

No lo he vuelto a ver para agradecerle, pero mi profesor de segundo y tercero de secundaria, Ocampo, rompió con mi versión rosa de la historia de México y eso, sin duda, influyó en mí para quien soy ahora. De plano nos dijo que las monografías de papelería y los libros de texto no servían para nada, que no existía uno solo que sirviera para la clase y nos pedía que investigáramos, en más de una fuente, para que escribiéramos en nuestro cuaderno empastado lo que descubrimos del tema. A mí y a mis compañeros, nos parecía inútil esta labor. Sin embargo, ahora pienso que, en realidad, hizo que creáramos nuestros propios libros de historia.

Estemos de acuerdo o no con estas versiones de la historia, en aquel momento el maestro nos movió el tapete y, obvio, lo juzgamos de loco y mentiroso porque siempre nos habían dicho otra cosa. “Ni modo que todos estén equivocados, menos él”. Entonces, en mi casa encontré un libro de González Blackaller y descubrí esas otras versiones. El hallazgo me garantizó dieces en la materia (lo recuerdo bien porque tuve pocos en la secu).

Menciono lo anterior luego de que en todo este sano debate que llega con las fechas, hay una constante: la educación. Éste es el punto de acuerdo, y entender lo que sucede en nuestro convulsionado país es comprender cómo estamos en cuestiones de educación formal y, sobre todo, no formal. Sí, puedo tener un buen maestro en la escuela que me enseñe de la historia, pero de nada sirve si en casa no recibo atención o soy violentado.

Mi madre me contó hace años que tuvo un alumno que cuando grande quería ser violador. Hoy, es de lo más común encontrar niños que quieren ser narcos y las razones son simples: no estudian, tienen mucho dinero, viejas, casas, camionetotas, les hacen canciones chidas y además salen en la tele. Si en casa apenas como y tengo un papá desempleado, obvio que aspiro al narco. O más de cerca, si no tengo trabajo, a nada le atino y tengo una familia que urge de alimentos, el narcoempleo siempre tiene las puertas abiertas para mí.

Entonces, ¿qué debemos hacer? Sí, vale la pena exigir mejor educación a los gobiernos pero, sobre todo, estar atentos con lo que hacen, ven y piensan nuestros hijos. El ejemplo me sirvió para darme cuenta de que mi padre, en su época de muchos meses de desempleo, prefirió no llevar dinero a la casa que aceptar un trabajo ilícito. Hoy, vemos a muchos empresarios valientes y ejemplares que prefieren cerrar sus negocios cuando son obligados, por los sicarios, a vender drogas. Valdría la pena reconocerles su heroísmo en estos tiempos, porque a su manera defienden el país y educan más de lo que pueden creer.

Leer para conocer nuestro pasado y nuestro presente, observar la realidad con sentido crítico, nuestras vidas con sentido autocrítico, discutir (en el sentido enriquecedor del término), exigir mejor educación y, sobre todo, educar con el ejemplo, son las armas que podemos emplear cuando, como dice el himno, nos ponemos los mexicanos al grito de guerra.

domingo, septiembre 12, 2010

Motivos para celebrar


Claro. También el tema Bicentenario ha atraído muchas posturas críticas (algunas que sirven hasta como pose para vernos más intelectuales) y ante éstas, aparece gente como el anónimo que me dejó mensaje en el texto anterior. “Está bien estar enterado de cómo fueron las cosas”, dice. “Pero hay que tener algo para festejar”. Este comentario-reclamo-observación- recomendación-llamada de auxilio, es compartido por mucha otra gente. Igual, mi hermano César me habló este domingo acerca de la importancia de celebrar ser independientes y vivir en un país libre. Y habrá quienes cuestionen el término “libertad” con justa razón, pero, no podemos ser tampoco lapidarios.


Cuestionar qué hay que festejar para estas fechas, también me parece tan válido como elegir salir a la calle a gritar ¡Viva México! La libertad es la que, precisamente, nos permite celebrar, protestar o elegir posturas y manifestarlas.


Entonces, ¿por qué festejar? Pues bien. Yo nací el 10 de mayo de 1975. Nací con cierta fortuna al ser parte de un seno familiar unido, donde el amor es fundamental. Soy parte de la clase media y de una ciudad que adoro. Aún así, no pude evitar la historia de mis padres, tíos, abuelos y del resto de mis antepasados donde hubo de todo: desde gente con comportamientos demenciales, con tendencias homosexuales, suicidas, clasistas, conservadoras, con poca educación formal (o nula) o preocupada por las apariencias, entre otras perlas muy personales. Luego, si todo eso influye en mi genética, puedo agregar una lista bastante extensa de defectos, de problemas que en ocasiones me mandan hasta el fondo y me convencen de que, en efecto, la vida apesta. Sin embargo, como tenemos la sana costumbre, cada año, cada 10 de mayo, celebro mi cumpleaños.


Esta práctica de celebrar mi nacimiento, también me ha llevado a preguntarme qué demonios festejo, si he tenido problemas económicos, si mi comportamiento no ha sido el idóneo, si choqué un coche estando borracho, si no termino de comprometerme en lo que hago, o incluso si hubiera tratado mal a alguien y la gente me odie. Al final, termino por brindar por los aprendizajes, por todo aquello que me ha gustado o me ha dolido. Entonces hago un recuento del año, reviso lo que crecí en ese tiempo y procuro sacar lo mejor. Obvio, si no hago esta reflexión, pierdo la oportunidad de entenderme mejor y congratularme o comprometerme a enderezar mi rumbo.


Simbólicamente, el Grito de Independencia representa el nacimiento de una nación. Aunque México tiene sus más valiosos antecedentes en la época prehispánica, lo que ahora entendemos como país es fruto de este proceso de mimetización que nos dejó un idioma, una cocina, una cultura, un comportamiento y una historia.


A mí me gusta brindar en mi cumpleaños por todo lo que tengo. Y creo que vale la pena hacerlo por todo lo que tenemos como nación. Para mí, vivir en México es una fortuna. El periodismo me ha colocado en una situación privilegiada para entender de sobra los motivos que hacen a este país grandioso. Y desde 1991, cuando asistí a un Jamboree en Corea representando a México, entendí lo que somos mientras cantábamos el Himno Nacional y llorábamos. Es una lástima que tengamos que salir para comprender que México es mi historia personal, la de mi familia, la de mis amigos y todo aquello que se relaciona con la gente que amo. Se ve, se huele, se saborea, se toca, se escucha lo que somos y todo aquello en común es lo que compone a nuestro país.


No me gustan los panfletos, pero me gusta que haya oportunidad de que algunas personas los hagan o los crean. La libertad nos fue dada (en el mismo paquete que aparece la crisis) y nos corresponde gozarla, luchar por cuidarla, conservarla o recuperarla.



*La ilustración es una obra de FoLé que habla acerca de quiénes somos y de dónde, cuando vivimos en la línea divisoria.

jueves, septiembre 09, 2010

¿Una caricatura DEL país o una caricatura DE país?


Septiembre sufrió la invasión del tema Bicentenario y no hubo niños héroes que lo defendieran. A favor o en contra, aparecen en los medios mensajes panfletarios acerca del orgullo de ser mexicanos y reflexiones relacionadas con el México que vivimos y los escasos motivos para festejar. Ya se pueden ver en la cartelera cinematográfica avances de cintas como Hidalgo, por una parte, mientras El Infierno se gana la taquilla y a la crítica más exigente. Nadie puede ya ignorar la violencia que vivimos en un antro, en un restaurante, en una esquina, en un hogar. Nadie nos puede mentir acerca de esta realidad. Pero, ¿cómo nos verán en 100 años? ¿Y en 200?

Luego de ver la caricatura que publicó Daryl Cagle para ilustrar, de manera inmejorable, esta época de la que nos tocó ser testigos y actores, recordé la portada de La historia de un país en caricatura (El Fisgón/2000) -que bien podría llamarse "La historia de una caricatura de país"-, donde una águila famélica se postra sobre un cangrejo y la serpiente (que simboliza al mal) se le enreda entre las patas con la leyenda: "Progresos de la República Mexicana". Me dispuse a hojear el libro, para encontrar esta imagen y descubrí en ella un símil a la controvertida imagen del periodista norteamericano, pero dibujado por un autor mexicano, anónimo, en 1829. Además, localicé fuertes críticas de la época al gobierno de Juárez, donde incluso aparece una consigna en su contra que dice: "Sufragio efectivo, no reelección" y, para quienes adoramos el arte, una crítica a la clase política del país (juarista) a la que se califica como ignorante, pues se la pasaban dormidos en la ópera mientras escuchaban a la hoy legendaria cantante Ángela Peralta.
Muchos años después, Juárez es la imagen del gobernador perfecto. Pero, en aquel entonces, ¿quién sabe?
Se dice que la historia es impuesta por quienes gobiernan. Es posible que así como 1810 correspondió a la Independencia y 1910 a la Revolución, 2010 sea, en muchos años, recordada por las historias de narcotráfico e ingobernabilidad que vivimos. Quizás, ellos nos gobiernen y sean "los buenos" de la historia y entonces celebremos esta fecha. O tal vez, sea marcada como el inicio de lo que Calderón ve como una guerra, tan ficticia en sus ideales como lo fueron en sus inicios las de Reforma, la Revolución y la de Independencia. Recordemos que las otras versiones, las no oficiales, las más serias, cuestionan a El Grito como independentista por el "¡Viva Fernando VII!", y ven a Francisco I. Madero como un enviado del gobierno norteamericano para desestabilizar a un país que tenía fuertes vínculos con sus enemigos.

No lo negaría jamás: amo este país, me gusta conocerlo, recorrerlo, su gente, su cultura y hasta he llorado con el Himno Nacional, pero veo que así como no es conveniente idealizar a la persona que amamos y su pasado, no lo es hacerlo con nuestro país y nuestro pasado. Sólo eso nos permitirá crecer para no volver a ver, en 100 años, a nuestra águila muerta de hambre, ensangrentada o baleada.