lunes, agosto 22, 2011

Ya... valió sorbete

“Yaaa valió sorbete”, dijo Don José, mi abuelo, poco antes de irse, de alcanzar a mi abuelita Lila. Así se fueron los últimos días de 90 años, sin perder el sentido del humor, con el último aliento aprovechado para dar gracias, tras algún sueño, dormido, con una familia unida a través de él.
“Ahijamerros, ahijamerros”, me siento en la sillita que me regaló mi abuela y que todos mis primos y sobrinos utilizaron después, volteo hacia la calle y lo veo llegar del trabajo en su bicicleta. Corro para pedirle que me de una vuelta, me sube al cuadro de la bici, huele a papas doradas, siento en su pecho el radio negro que siempre sintoniza en Stereo Voz, me sujeta con su brazo fuerte, llegamos a la esquina y regresamos a la casa, luego da otra vuelta para Rocío, para Hugo, para Miguel, nos pide que le ayudemos a pizcar la guasana, es sábado, por la noche irá al estadio a vender. “Llegué a Guadalajara muy chamaco, me quedaba con mi hermana Socorro y mi padrino Luis. Ellos me pidieron que vendiera una canasta de guasanas en el mercado de San Juan de Dios. Yo me escapaba para conocer la ciudad”.
“¡Papas!”, grita mi abuelito. Le ayudo a cortar los limones, a recibir el dinero, él, con su cachucha blanca y un escudo de Chivas o Atlas, según sea el partido, sirve una bolsita, dos, tres. “Son las más buenas”, dice algún cliente. Lo presumo, lo visito en el mercado Libertad, en San Juan de Dios, en alguna hora libre mientras trabajo en el Cabañas. “Estos son los limones chiros”, me explica mientras pela un limón, le pone un palillo para que quede como paleta y le agrega sal y chile. Luego hace un huevo cocido en forma de copita y con su cuchillo viejo pela unas papas. Lo encuentro en un libro del fotógrafo Alberto Gómez Barbosa (Guadalajara y sus habitantes. 1981), está de espaldas despachando a cinco muchachas. ¡Cómo le gustaban las muchachas!
“Estoy así por lo que hice antes: por tanto fumar, por tanto empinarle, por tanto enamorar... Está bueno enamorar, porque somos hombres, pero no hay que exagerar. Todo se puede hacer, pero no abusar de las cosas”, me dice mientras lo cuido una noche en la cama 701 del Seguro. “No veo bien mijo… Entonces… Cuando viene la enfermera, tengo que tocarla, para saber si es enfermera o enfermero…”. Existen historias, muchas. Era tremendo, él mismo lo admite, y lo canta, hasta dice que compuso canciones para las mujeres, “para tantas cosas que viví. Ahora, nada más queda el recuerdo”.
“Tengo un cartel donde dice que luché. Me pusieron Joe Cárdenas”, y recuerdo fotos de él con los brazos a la cintura, mirando al cielo, en una foto tomada desde abajo donde usaba una trusa y presumía un cuerpo musculoso y aceitado. De él viene mi afición a las luchas, a los juguetes antiguos y hechos en casa, al menudo de los domingos, a las papas, al vino… ah, no, esa es otra cosa… “Poquito”, dice cuando le preguntamos si le echamos tequila a su coca, poco después se pone a cantar, es más platicador y recuerda cuando estuvo en el ejército.
La nostalgia nos invade, lo recordamos, lo extrañamos, pero no nos vemos tristes, sabemos que descansa después de semanas en las que poco a poco desaparecía. Hubo tiempo para despedirse de él, le regalamos un domingo como los de entonces, con todos sus nietos jugando, con gritos de niños por toda la casa. Sólo faltó que nos paseara en su bici. Él, sentado en el sillón con su perrita Wendy en las piernas, lo vio todo. Al final, para irse, se abrazaron Bertha, Martha, Toño, Gracia, Gabriel, sus hijos (quienes invitaron a Rodrigo), gente que derrocha amor siempre, como Lupe y Guille, sus hermanos, a nosotros, los nietos, nos tocó disfrutarlo bien, de buenas, con el pañuelo en forma de persona que se movía, con algún truco de magia, con un juguete cada que íbamos al mercado, con su bendición tan larga sobre todo para Ricardo, Jazmín y Eduardo.
Somos una familia grande, sobre todo por la unidad que siempre promulgó mi abuelita Lila. Eso lo vivimos entre abrazos, sin envidias, sin rencores, sin peleas, sin cuentas pendientes.
Mi abuelito José se fue con Lila, a quién recordó entre sus últimas palabras. A mí me toca recordarlo aquí y en algunos cuentos que ya leyó publicados, en los que falta por terminar y en los rostros de mi familia.
Descansa abuelito, sabemos que nos cuidas a todos. ¡A ver si no te pones a discutir con Lila por los centavos que se gastaba en dar limosna!
¡Ah! La lógica de los niños es simple: si mi abuelita se llamaba Lila, mi abuelito debía llamarse “Lilo”, mucho después entendimos por qué se enojaba cuando le decíamos así.








*La primera foto es de un cumple de mi mamá, en casa; la segunda es del libro "Guadalajara. Sus habitantes", de Alberto Gómez Barbosa; la última fue en un cumple de César, donde cantó y cantó y cantó luego de unos tequilitas que le dimos a escondidas.


jueves, agosto 11, 2011

Gracia



“Me gustó verte después de mucho tiempo. Siento que recuperé muchas cosas importantes. Te quiero mucho”, le dije con un nudo en la garganta. Después de colgar, no pude evitar llorar y sentir mucha nostalgia. Fue lo último que le dije a mi tía Gracia antes de que regresara a Estados Unidos.
Después de diez años, durante una semana llegó a visitarnos, a visitar a mi abuelito José, a estar con él. “Soñé que vino Gracia”, dijo él al día siguiente de que llegó con su sonrisa, con su voz de niña eterna, con sus ojos llenos de luz. Y, desde luego, no olvidó traerme recuerdos de mis primeros años, cuando ella me cuidaba mientras mis papás trabajaban. “¡Eras un chismoso desde entonces! Gritabas: ¡Mamáaa, Gracia no está haciendo nada, está leyendo el periósquido!”, me reprochó hace unos días, cuando le recordé a mi mamá la hora de llevarla al dentista. Caminó conmigo rumbo a la de Santiago, en Oblatos, para ir a la farmacia, a las tortillas, para detenernos con mi tía Martha a comprar un jugo en el mismo sitio donde lo compra desde que tengo uso de memoria. Iba con las dos tías que jugaban conmigo, las que me cuidaban, a las que hacía renegar, estuve tan completo como nunca.
Sentado, veía televisión, veía a la modelo que anunciaba la Mirinda. Hermosísima. Se parecía a Gracia. Como hermosísima se me hacía Rocío Durcal, quien desde luego se parecía a Gracia. Hace pocos años observé sus fotos de entonces, y ni cómo dudarlo, ya tenía buen gusto, hermosísima. Mantengo la imagen de ella corriendo tras de mí por la casa de Gigantes, yo sin calzones y haciendo caca, riendo porque no me alcanzaba. También a Gracia vestida de enfermera, afuera de casa de mis abuelos, recargada en un poste con su novio Luis, un tipo enorme y musculoso que se parecía a Lou Ferrigno. Es la primera vez que recuerdo haber sentido celos. Gracia jugaba conmigo a la pelota mientras me decía que le iba al América (entonces yo era inocente de la vida y le iba a las Chivas), me sentí decepcionado. Tiempo después aparecieron Livier y Luis Enrique, mis primos. Ella era tremendísima, inquieta, gritona, y Luis Enrique la seguía, era su pequeño cómplice. Recuerdo a mi mamá, a mi abuelita Lila, a mi tía Martha, a mi tía Chayo, todas sin idea de cómo controlar ese torbellino. La última Navidad que pasaron aquí fue en nuestra casa de Tabachines. Yo tendría 5 ó 6 años. Por la noche, la familia de Gracia se iba. Había neblina. Livier iba en su carrito rosa y a Luis Enrique lo cargaba dormido mi tío Luis. Pasaron muchísimos años cuando la volví a ver. A los demás, desde entonces no los veo.
Me impresiona sentir este vínculo que no se rompe pese a la distancia, al tiempo, me sorprende y me hace sentir más vivo. Gracia ahora se la pasa al pendiente a través del facebook. Me hace comentarios. Sabe de quién hablo cuando platico de mis amigos. Ella los conoce. Me cuida. Claro, me siento como un primer hijo para ella. “Siempre eres como una mamá para mí”, le dije esta vez.


*La foto es con mi tía Gracia y con Patricio.

miércoles, julio 06, 2011

Fotocopia







Llegó el verano. Los salvajes han sido liberados y se disponen a invadir todas las casas, donde regar juguetes por todo el piso convierte el hogar en campo minado. Es un error caminar descalzo por ahí; el arma de un soldado, la pata de un caballo o la letal pieza de matatena, pueden encajarse en los pies del ahora prisionero que no tiene remedio. Debe soportarlos, observarlos, cuidar de ellos y mantenerlos entretenidos.
Quizás queda la esperanza de levantarse un poco más tarde. No hay que preparar el chocomilk por la madrugada, ni emprender esa tarea titánica de despertar al salvaje para enviarlo a los campos de concentración que también sirven para librarse de ellos, al menos la mitad del día. Ahora la preocupación es, ¿cómo librarse de ellos?
Para eso inventaron los cursos de verano. Lili hizo uno, José Riaño otro, en al UdeG planearon más, y así, muchos, encuentran en la época una oportunidad de hacerse de un dinerito extra. Durante un tiempo se convierten en domadores de salvajes. Entonces arman estrategias para no ser derrotados, saben que deben encontrar la manera de hipnotizarlos con algunas actividades para salir bien librados.
Voy a participar en algunos, contando cuentos, dando taller, y eso me gusta. Pero me emociona más saber que en alguna parte de la ciudad, según cuenta Edu, darán un taller de animación a la lectura donde participa una fotocopia de algún libro mío. Bueno, no hay otra manera de conseguirlos y no veo mejor noticia para mí que saber que realizan esa reproducción sin consulta, pero con el consentimiento, del autor. Todo sea por complacer a los salvajes.

viernes, junio 17, 2011

Un sueño

Abro los ojos y observo el cielo tras mi ventana. Sigue oscuro. Reviso el reloj. 5:30. Reviso lo que acabo de soñar. Es común que en cuanto nos levantamos ya olvidamos aquello que soñamos mientras dormíamos. Repaso lo que apenas recuerdo, estiro la mano y levanto mi cuaderno que siempre dejo al pie de la cama. Alcanzo un lápiz y escribo en la oscuridad. No hay tiempo para encender la luz. Después duermo.
Ya que el sol me lo permite, despierto de nuevo y encuentro las notas que aparecen en el cuaderno. Apenas les entiendo y hago un esfuerzo por traer las imágenes de lo que soñé. Y recuerdo que mi abuelita Lila me visitó.
Aparezco en distintas vidas paralelas, me pongo los zapatos de otros, me extravío en calles que nunca he visitado pero conozco, calzo tenis rosas fluorescentes. Sólo mi hermano Hugo usaría unos así. Encuentro a mi mamá. ¿Te has dado cuenta de todo?, le pregunto para saber si en cada paralelo entiende lo que ocurre. Asiente y voltea hacia mis pies. Sabe de quién es lo que traigo puesto.
Un Cri-Cri de barro, gastado, viejo, aparece en una repisa. Me lo acerca mi abuela. Se lo pone en la oreja. ¿Qué dice?... Escucha a la figurita. Que ya no dejes salir a tu campanita. Soy lo que ahora, pero soy un niño.
En el ambiente escucho Así, de María Grever. Se repite muchas veces.
¿Y qué más dice? Me contesta algunas borucas y se ríe. Es que sólo yo entiendo lo que dice, me comenta.
En el cuaderno aparecen notas que me revelan lo que entendí al despertar en la madrugada. Cuando era niño, mi abuela Lila unía sus manos para simular una cajita donde guardaba un grillito que le decía cosas. Lo acercaba a mi oreja y yo escuchaba también, aunque no le entendía. Es que sólo yo puedo entender, explicaba con su tono enigmático.
Esa estimulación a imaginar era recurrente en ella. No pierdas tu campanita. ¿A qué se refiere? Hay que abrir la mente a posibilidades: Campanita es un hada, y para tener contacto, hace falta aprender a escuchar lo que dice quien está en la cajita de las manos. Ser niño. Abrir el corazón a serlo. En Peter Pan, negar la existencia de las hadas era asesinarlas. El consejo llega ahora que intento rescatar esa parte.
Los sueños, los eventos cotidianos, una frase, un gesto, el color de la mañana, todo es un mensaje que aprendo a leer, a interpretar. Y visitas como la de anoche, siempre son un placer. Por ahora, escucho canciones de María Grever y Vicente Garrido.

jueves, mayo 19, 2011

Güelcom tu Tijuana



Hace más de un año surgió la oportunidad de dar un taller para maestros en Tijuana. Ésta se concretó apenas hace unos días. La experiencia fue bastante rica de manera integral.

I

Trabajé con maestros. Eran de primaria, secundaria, preparatoria, así como una estudiante de la Normal y otra persona que trabaja con jubilados. Sin duda, venir de una familia de maestros siempre ayuda para comprender que no es fácil romper esquemas y experimentar algo “nuevo”, sin embargo, me correspondió hacer notar que la práctica de la escritura está abierta para todos, sin importar si tenemos talento o no. Siempre cito un ejemplo: “Mis hermanos juegan futbol todos los domingos, lo disfrutan, van para convivir, hacer algo de ejercicio y tener una anécdota qué contar en la semana. Sin embargo, no tienen menor interés de ser profesionales. Saben perfectamente que no tienen condiciones para cobrar por jugar, ni para ser famosos y salir en televisión. Aún así, practican el futbol. ¿Por qué no somos así con las artes?”.
En efecto, alguien nos dice que somos malos para cantar, escribir o bailar. O muchas veces, vemos a alguien “con talento” a un lado de nosotros, nos comparamos y decidimos que mejor dejamos de dibujar, por ejemplo. Así fue mi punto de partida. Con la intención de que recuperaran el valor por practicar lo que les guste pero, sobre todo, de que cuiden que sus alumnos comprendan que no porque “crecieron” ya no deben cantar o dibujar, ni porque les descubre el diario, dejen de escribir.
Así pues, hicimos ejercicios que me gusta practicar. Cosas tan simples como descubrir la palabra preferida y por qué, hasta más metódicas como la teoría del “binomio fantástico” de Gianni Rodari o el proceso creativo de Guillermo Samperio. El resultado se empezó a notar en el segundo día, quizás porque habían ya procesado lo que antes les quería transmitir, porque ya venían más dispuestos a jugar y crear. Nos divertimos. Sus expresiones al final y algunos compromisos personales, fue lo que me traje en la maleta de viaje.

II

A Tijuana no había viajado desde los 10 años. Entonces la recuerdo calurosa, muy entre sueños, en casa de mi tío Efrén, con calles anchas. Las calles siguen ahí, el calor se aparece de repente, y los sueños topan con una pared llena de cruces blancas.
Recibí demasiada información, difícil de expresar a través de tan poco espacio. Desde luego que me impresionó entender que desde el centro, uno puede irse caminando hasta El otro lado. Donde sea se puede pagar con dólares; el concepto de “turismo” es muy distinto al que recibimos, por ejemplo en Vallarta o Tequila, pues se trata de lo más cotidiano encontrar gabachos por todas partes y noto que son más vistos como vecinos; existe una especie de envidia o rencor hacia el vecino de al lado que, por otra parte, hace que se eleve el orgullo por símbolos de identificación, como los tacos. Vi mucho gringo invadiendo puestos de tacos donde la grasita les da el toque; la imagen del migrante, de cualquier parte del país o Centroamérica, es igual de cotidiana que la del norteamericano. La multiculturalidad es la norma.

III

No se concibe la cultura sin tomar en cuenta la influencia de los Estados Unidos. El movimiento cultural está condicionado a lo que hay en San Diego o Los Ángeles. ¿Para qué poner una galería de arte aquí, si la gente que compra está allá?, por ejemplo. La ciudad cuenta con un espacio envidiable que financia Conaculta. El Centro Cultural Tijuana (sitio donde impartí el taller), es un sitio que tiene espacio para todo: teatro, danza, literatura, plástica y hasta pantalla IMAX. Sin embargo, ¿fuera de ahí qué sucede?
Me sorprendió ver un museo con exhibición permanente en la planta alta. El formato del lugar me haría pensar en sitios al nivel del Centro Nacional de las Artes, en el DF, o el Hospicio Cabañas, en Guadalajara, en cuanto a su uso. El Museo de las Californias tiene una colección como para ser vista en un espacio exclusivo, pero puedo comprender por qué permanece la muestra allí. El Cecut es un fuerte, infranqueable, impenetrable, con la autoridad federal como vigilante. Es un sitio donde se cuida que las manifestaciones artísticas permanezcan, sin importar lo que hagan o dejen de hacer al otro lado. Es el bastión que comunica a Tijuana con el resto del país, de “su” país.



Me quedo impresionado con las imágenes de la exposición temporal “Evidencias”, de Lorena Wolffer, donde la artista hace una reflexión acerca de la mujer violentada en México a través de piezas armadas con vestidos tradicionales. Pocas veces he podido ver cómo el arte popular se integra al arte contemporáneo con tanto tino.
Seguro que mi observación puede ser poco precisa, pues sólo estuve tres días por allá y me faltó ver más del trabajo del Instituto Municipal de Arte y Cultura que, por cierto, realizaba en ese momento su Feria del Libro.

IV

Coincidió mi visita con la inauguración de la 29 Feria del Libro Tijuana 2011. A un costado del Cecut, un centro comercial (Plaza Río) cede parte de su estacionamiento para abrir espacio a los libros. Unas seis carpas fueron colocadas para dos lugares de exhibición y se conserva una sección para los niños. Esta actividad que entre sus homenajeados tiene a Federico Campbell –de quien aprendí mucho en la universidad, pero sobre todo en una entrevista donde por cierto dijo estar equivocado en conceptos que aparecen en los libros que estudié–, es coordinada entre el Instituto de Cultura y los libreros, y eso me hizo recordar a la Feria Municipal del Libro y la Cultura de Guadalajara en su composición. Por otra parte, en dos foros se realizaban presentaciones de libros.
La Feria me parece una actividad vital para la región, donde el público se puede acercar a los autores locales para verse desde otros ángulos, y donde se realizan actividades permanentes de fomento a la lectura.
En la sección infantil, noté un esfuerzo por ambientar el espacio, con resultados efectivos de estudiantes de Diseño, aunque sin unidad. Quizás les hace falta un concepto por abordar. Los talleres, abiertos al público, no deban claro para qué edades estaban dirigidos, a qué hora iniciaban y concluían, de qué trataban, ni quién los impartía. Me interesó uno de encuadernado que se veía buenísimo, pero me dijeron que el siguiente sería: “mañana, a las 11:00”, cabe mencionar que en ese momento eran las 2:00 de la tarde. Lástima. Me lo perdí. A un lado, unos narradores que se presentaron como Los Juglares, soportaban los martillazos de este taller a lo largo de sus historias. Aún así, insisto, tener un espacio así en cualquier ciudad es bastante halagador.
El surtido de libros: rico y variadito. Desde los temas religiosos hasta la literatura, pasando por la autoayuda, hasta revistas podían encontrarse, así como gráfica y rarezas de librerías de viejo.

V

Ver la vida nocturna me hizo pensar en mi edad. Jaja. La verdad es que en La Revo hay antros para gustos variados. Rock, banda, pop, mariachi, blues, de casi todo. La verdad es que los antros me aburren. Las cantinas hacían sonar su música norteña. El neón y el ruido crecía conforme llegaba al centro, y conforme pasaba la noche, aparecían los gringuitos que de este lado ya son mayores de edad, cargándose entre sí, borrachitos, con mucho menos dominio de sí mismos que los locales. Muchos de ellos son hijos de mexicanos que no saben, o apenas, hablan español. Ya en pleno centro, la adrenalina fluye. Un tipo, otro, otro más, ofrecían al paso “lo que sea”. Las chicas esperaban clientes afuera de bares y hoteluchos, las más guapas (obvio) eran hombres. La diversidad sexual es una situación que no asombra a nadie y el flujo de autos y de personas hace pensar que el día nunca termina. Tacos por aquí, por allá, a 11 pesos. Nada se veía limpio, pero aún así me animé donde había más gente. Eso nunca falla. Me comí uno de asada y uno de tripas. Sí, me arriesgué en este último, pero mi estómago lo resistió. Mucho americano probaba los mexican tacos de a deveras.

VI

Tijuana tiene a su gente en pie. A la sombra de un gigante, soportando ideas erróneas de lo que es México; orgullosa de Rosarito, de sus viñedos, de la otra Baja; con la violencia que vivimos en todas partes, pero con organizaciones civiles que hacen algo al respecto; con dios y con el diablo. Se trata de gente amable, la mayoría oriunda de otros lugares del país que quizás vino para pasarse al otro lado y decidió vivir en la orilla. Ya son personas que no se asombran con el sueño americano. Van, hace “chopin” y regresan. ¿Para qué quedarse allá? Si cruzando el río está su casa, su familia y su trabajo.

VII

Debo agradecer a quienes me atendieron allá: Vianett, Joanna y Claribel. También a Karla Sandomingo y Francisco Arvizu por haberme recomendado para impartir ese taller. Y, desde luego, a todos los profes que me hablaban de “usted”, jaja, no me acostumbro.

jueves, mayo 12, 2011

Fotos






Rocío Lomelí me citó en un café para platicar de su proyecto. Se trataba de una exposición de fotografía en Lagos de Moreno. Necesito un texto de sala, me dijo. Observe sus fotos, me agradaron, charlamos acerca de su trabajo, de por qué tomar imágenes debajo del agua, intercambiamos impresiones y me llevé tarea. En casa hice apuntes, intenté encontrar a la persona debajo de lo que dice, creí encontrarla y me puse a escribir. Ausencias, se llamaba la muestra que poco después inauguró en una pequeña galería. Fue un éxito.
Así comenzó un intercambio. Hice lo que sé hacer: escribir, a cambio de lo que ella sabe hacer: fotografía. Su tiempo contra mi tiempo. Los dos quedamos satisfechos. Como "cambalache", Rocío me hizo un estudio de fotografía. Jamás me imaginé que yo haría uno. Pero sentí que era el mejor momento. Le expliqué que nunca me he sentido tan bien conmigo, y tampoco recuerdo haberme querido tanto como en esta época. Quiero que marque un inicio, le dije. Además de que siempre sirve tener fotos a la mano, más allá que las de reuniones sociales y las de cabina. Deseaba unas fotos donde me viera bien, donde me gustara.
Fuimos al Parque Agua Azul, para trasladarme a esos paseos a los que me llevaban mis papás cuando era niño, cuando vivía en Gigantes, cuando todavía era el zoológico de la ciudad y la sede de Fiestas de Octubre, cuando había un laguito y patos. Me vi de cinco años, de cuatro. Y entre quinceañeras que coqueteaban con la cámara para la foto de ingreso a su fiesta, Rocío hizo su parte: me tiró al piso, me hizo volar, colgué los pies del columpio, reí en la resbaladilla, mordí una soga, me senté en el foro infantil, recordé que antes se presentaban obras de teatro, viajé al pasado, me sentí galán, sonreí, me dejé acompañar por Anna.
Días después, Rocío me entregó una cajita con fotos mías en la portada. Los colores cálidos son una constante, abrí los documentos del disco en cuanto llegué a casa y me sentí soñado al ver más de 100 imágenes que me encantaron. Fue un maravilloso regalo, de esos en los que el amor propio se manifiesta para abrazarme. Sentí lo que quizás mi fotógrafa sintió al leer lo que le escribí. Fue un intercambio justo, profesional y del corazón.
Por lo pronto, una imagen ya fue publicada junto al texto que envié para que fuera publicado en una revista de Memphis. Se ve bien.

36

Estabilidad. Supongo que de esto se habla cuando se refieren a crecer, madurar, "ser adulto" (en el mismo sentido erróneo y peyorativo que utilizan los términos "infantil" o "niño"). Así llego a los 36.

lunes, mayo 02, 2011

Revelaciones

En días como este o aquellos que han pasado y vienen, me cuestiono acerca de mis ingresos económicos. Gasto tiempo al pensar en “cómo sería si…”, me desespero. Veo que este sistema free lance es complicado. Trabajo, cobro, no hay, después, dame chance, no era como quería. Mientras tanto, sangro a la familia, a los amigos, luego te pago, cuando veo que realmente no hay cómo, no por lo pronto. Perseguir sueños desgasta, cansa emocionalmente, es una afrenta constante a la esperanza misma, la mayor prueba de paciencia.
De repente, me doy cuenta de que si sigo sin familia es por esto; porque quizás, de manera inconsciente, ha sido parte de la lucha; porque si tuviera el deber de llevar sopa a mis hijos, no estaría empeñado en escribir; porque ni siquiera tendría esta oportunidad de andar disperso como en ahora mismo; porque, quizás entonces, no me importaría vivir como ser corrompido.
Dice J. M. Rilke en Cartas a un joven poeta: “Por lo que toca a mis libros, me gustaría mucho enviarle todos los que pudieran alegrarle de algún modo. Pero soy muy pobre, y mis libros, en cuanto aparecen, ya no me pertenecen”. Sin embargo, no tengo una sola señal de duda respecto de lo que quiero hacer, acerca de que esta es mi vida, mi misión, y a esto debo mis dones, que Dios me acompaña, que no hay manera de que me deje en el desamparo. Entonces, noches como la de anoche, de revelaciones, me tranquilizan el espíritu. Mi cuerpo flota un poco sobre la cama, para después posarme sobre una colchoneta en el piso, hay dos paredes de ventanales, techo de dos caídas y frases pintadas de algunos poetas, o mías; estoy en el cuarto de azotea de Tabachines, salgo de ahí y me veo quemando papeles, al fin supe qué hice con mis primeras libretas de escritos, me veo salir de casa de mis padres para caminar y calmar mi furia, pongo música mientras duermo, me levanto a media noche, enciendo una vela y me pongo a escribir, lloro mientras lo hago, pateo un sillón, me tranquilizo, hago oración, escribo de nuevo, dibujo así ese instante, le compongo una carta al hijo que no he tenido, le hablo de mí, entrego el corazón una vez, otra, otra, como todo amoroso. Me veo entonces platicando con mis compañeros de prepa, de secundaria, doy vueltas por las dos escuelas en busca de mi espacio, no lo encuentro, entonces pensaba tenerlo extraviado durante tres años en un lugar, luego en el otro, no lo hallo, no existe, no ahí, no con esas personas.
La Osa Mayor, Casiopea, Pléyades, Tauro, El Dragón, Can Mayor, Can Menor, y muchas otras constelaciones y estrellas me escuchan. Les pregunto dónde debo estar. Llega a mí el olor de una fogata, del pino, del roble, escucho el susurro de un arroyo, hace frío, siento en mis manos la humedad del piso, lleno mis pulmones de aire, la duda flota, mi cuerpo también, y me trae aquí, a Montenegro, y la duda aterriza conmigo. No existe. Entonces sólo veo todo lo que falta por hacer, pienso que no necesito más que lo necesario y que si dejo de preocuparme -quizás entonces, quizás ya viejo pero no importa-, todo se resolverá, liquidaré mis deudas y tendré lo suficiente para compartirlo con mis hermanos, con mis otros hermanos, con mis amigos, con quienes no me conocen pero tienen curiosidad acerca de mí.
Un halo de tranquilidad entra en mi cuerpo. Respiro de manera pausada, me sirvo un vaso con agua, me siento en la mesa del comedor, veo que anoche terminé un cuaderno más de apuntes (tengo más de 10 años trabajando en ellos) y preparo el que me trajo mi Tía Martha de Oaxaca. El aire fluye mejor. Trabajo, también estudio, también disfruto, y hablo con el Francisco de Asís de papel maché mientras mis músculos se relajan. Cierro los ojos y no tengo más que pensar que esta vida, así como es, me gusta.

lunes, febrero 14, 2011

Días de contar



Una caja de chocolates. Tío, tío. La sonrisa de Grettel. Anoche me dormí preocupado por levantarme temprano. Así lo hice. Releí un cuento de Javier Villafañe, otro de Ana María Machado, busqué algún cuento mío, me metí a bañar, me vestí, me puse la camiseta negra que Maya me regaló y salí de casa. Camino a la escuela pensé en todo lo que disfruto cuando leo para niños y todo lo que aprendo mientras los observo y escucho.

Unos honores a la Bandera con mi sobrina en la escolta y una compañera suya, de apenas cinco años, tocando el tambor, ya valieron la pena. Al final, luego de romper formación, regresaron todos los niños de aquel preescolar con sus sillas. Mientras tanto, observaba detrás del alambrado la primaria donde estuve, recordé aquel rincón donde con butacas inservibles hicimos un escondite y aquella ocasión en la que, al intentar saltar la reja, me quedé atorado de un pie y quedé colgado de cabeza.

Les tenemos una sorpresa, dice una de las maestras. Entonces me presentó. Los niños aplaudieron y con un inaudito silencio pusieron atención a lo que hacía Sebastián mientras daba la vuelta al mundo en su triciclo, y mostraban asombro por todo lo que Camilón Comilón cargaba en su cesta. A lo lejos, escuchaba que en la primaria se presentaba un mago con una botarga de Bob Esponja. Pensé en Sebastián, en Camilón, en la magia que logran producir con la imaginación de los espectadores y con su participación en la construcción de un cuento. Así narré al final el inédito de los crayones.

Fue lindo. Un regalo especial para los niños, aún más para Grettel, pero de un enorme aprecio para mí. Situaciones así refrendan mi gusto por dirigirme a ellos, por escribirles, mi compromiso de no dejarlo. Los aplausos, la atención, esas nubes invisibles llenas de imágenes que pude ver sobre la cabeza de todos y, claro, los chocolates que me dieron, valieron la pena.


Ah, hoy es día del Amor y la Amistad. Luego supe que por eso me invitaron. Nunca le tomo importancia a la fecha. Es lo de menos. Lo “de más”, fue el hígado encebollado que me invitó a desayunar mi cuñada al retirarme de la escuela.
Las fotos son tomadas por Pati. La de Grettel es después de la escolta. Linda ¿no?

martes, enero 18, 2011

Valeria en bicicleta


Valeria anda en bicicleta,
pedalea por la calle,
pedalea rumbo a Puebla,
pedalea hasta volar.

Valeria escucha al viento,
vuela hasta llegar al parque,
vuela y sube la montaña,
vuela para ir sobre el mar.

Nada detiene a Valeria.
Sueña, viaja, canta y ríe,
mientras llega a otros mundos
porque va con su mamá.

Dale, dale, con tu bicicleta.
Dale, duro, llévame a viajar.
Dale, dale, nunca te detengas.
Dale, duro y no te bajarás.

miércoles, enero 05, 2011

Bodas

Poco antes de que cerrara el año, publiqué en el facebook que me casaría. Era 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes. Entonces empecé a leer desde risas y mensajes de incredulidad de los que sabían que aquello era una broma, así como felicitaciones que a la fecha se convierten en dudas: "¿de verdad te vas a casar?".
También me llegó la noticia de que Martha se casa en mayo y de que en estos días Yessika sube al altar a dar el sí. Ellas dos son parte importante de mi historia, y aunque les deseo lo mejor siempre, ha pasado tiempo y se convirtieron en grandes amigas, no dejo de tener una rara sensación. ¿Nostalgia? Quizás.
Todo esto me ha puesto a reflexionar acerca de lo afortunado que soy, lo bien amado que ha sido mi corazón y cómo esas personas que forman parte de mí son valiosísimas, capaces de hacer feliz a quien sea.
Pancho Rodríguez dice que nos parecemos a una escena de "Los reyes de la colina", donde los hombres se sientan en la banqueta mientras ven pasar la vida. Así veo cómo se casan, se separan, se juntan de nuevo, nacen niños, crecen y yo, solo.
De mi terapia aprendí que ser soltero es una opción. La felicidad no es una mujer, una casa, un auto, unos hijos. La felicidad es parte de nosotros, la traemos cargando, pero en ocasiones necesitamos al otro, como espejo, para poderla ver. Estoy feliz así, y a mi madre le preocupa, a algunos amigos que seguro hacen comentarios también y agradezco esas muestras de cariño. Sin embargo, tengo un estilo de vida que disfruto.
La lista de personas a las que debo agradecer que se hicieran cargo de mi corazón es larga. Muchas veces, incluso, he hecho daño y esa es una pena con la que debo lidiar y de la que me hago responsable. A veces la gente me quiere más de lo que puedo quererla y eso duele. Otras, sucede lo contrario. Cada una tiene importante influencia en mí, en lo que soy, me han convertido en la persona que esto escribe. En todos los casos, mi amor es suyo.