jueves, mayo 19, 2011

Güelcom tu Tijuana



Hace más de un año surgió la oportunidad de dar un taller para maestros en Tijuana. Ésta se concretó apenas hace unos días. La experiencia fue bastante rica de manera integral.

I

Trabajé con maestros. Eran de primaria, secundaria, preparatoria, así como una estudiante de la Normal y otra persona que trabaja con jubilados. Sin duda, venir de una familia de maestros siempre ayuda para comprender que no es fácil romper esquemas y experimentar algo “nuevo”, sin embargo, me correspondió hacer notar que la práctica de la escritura está abierta para todos, sin importar si tenemos talento o no. Siempre cito un ejemplo: “Mis hermanos juegan futbol todos los domingos, lo disfrutan, van para convivir, hacer algo de ejercicio y tener una anécdota qué contar en la semana. Sin embargo, no tienen menor interés de ser profesionales. Saben perfectamente que no tienen condiciones para cobrar por jugar, ni para ser famosos y salir en televisión. Aún así, practican el futbol. ¿Por qué no somos así con las artes?”.
En efecto, alguien nos dice que somos malos para cantar, escribir o bailar. O muchas veces, vemos a alguien “con talento” a un lado de nosotros, nos comparamos y decidimos que mejor dejamos de dibujar, por ejemplo. Así fue mi punto de partida. Con la intención de que recuperaran el valor por practicar lo que les guste pero, sobre todo, de que cuiden que sus alumnos comprendan que no porque “crecieron” ya no deben cantar o dibujar, ni porque les descubre el diario, dejen de escribir.
Así pues, hicimos ejercicios que me gusta practicar. Cosas tan simples como descubrir la palabra preferida y por qué, hasta más metódicas como la teoría del “binomio fantástico” de Gianni Rodari o el proceso creativo de Guillermo Samperio. El resultado se empezó a notar en el segundo día, quizás porque habían ya procesado lo que antes les quería transmitir, porque ya venían más dispuestos a jugar y crear. Nos divertimos. Sus expresiones al final y algunos compromisos personales, fue lo que me traje en la maleta de viaje.

II

A Tijuana no había viajado desde los 10 años. Entonces la recuerdo calurosa, muy entre sueños, en casa de mi tío Efrén, con calles anchas. Las calles siguen ahí, el calor se aparece de repente, y los sueños topan con una pared llena de cruces blancas.
Recibí demasiada información, difícil de expresar a través de tan poco espacio. Desde luego que me impresionó entender que desde el centro, uno puede irse caminando hasta El otro lado. Donde sea se puede pagar con dólares; el concepto de “turismo” es muy distinto al que recibimos, por ejemplo en Vallarta o Tequila, pues se trata de lo más cotidiano encontrar gabachos por todas partes y noto que son más vistos como vecinos; existe una especie de envidia o rencor hacia el vecino de al lado que, por otra parte, hace que se eleve el orgullo por símbolos de identificación, como los tacos. Vi mucho gringo invadiendo puestos de tacos donde la grasita les da el toque; la imagen del migrante, de cualquier parte del país o Centroamérica, es igual de cotidiana que la del norteamericano. La multiculturalidad es la norma.

III

No se concibe la cultura sin tomar en cuenta la influencia de los Estados Unidos. El movimiento cultural está condicionado a lo que hay en San Diego o Los Ángeles. ¿Para qué poner una galería de arte aquí, si la gente que compra está allá?, por ejemplo. La ciudad cuenta con un espacio envidiable que financia Conaculta. El Centro Cultural Tijuana (sitio donde impartí el taller), es un sitio que tiene espacio para todo: teatro, danza, literatura, plástica y hasta pantalla IMAX. Sin embargo, ¿fuera de ahí qué sucede?
Me sorprendió ver un museo con exhibición permanente en la planta alta. El formato del lugar me haría pensar en sitios al nivel del Centro Nacional de las Artes, en el DF, o el Hospicio Cabañas, en Guadalajara, en cuanto a su uso. El Museo de las Californias tiene una colección como para ser vista en un espacio exclusivo, pero puedo comprender por qué permanece la muestra allí. El Cecut es un fuerte, infranqueable, impenetrable, con la autoridad federal como vigilante. Es un sitio donde se cuida que las manifestaciones artísticas permanezcan, sin importar lo que hagan o dejen de hacer al otro lado. Es el bastión que comunica a Tijuana con el resto del país, de “su” país.



Me quedo impresionado con las imágenes de la exposición temporal “Evidencias”, de Lorena Wolffer, donde la artista hace una reflexión acerca de la mujer violentada en México a través de piezas armadas con vestidos tradicionales. Pocas veces he podido ver cómo el arte popular se integra al arte contemporáneo con tanto tino.
Seguro que mi observación puede ser poco precisa, pues sólo estuve tres días por allá y me faltó ver más del trabajo del Instituto Municipal de Arte y Cultura que, por cierto, realizaba en ese momento su Feria del Libro.

IV

Coincidió mi visita con la inauguración de la 29 Feria del Libro Tijuana 2011. A un costado del Cecut, un centro comercial (Plaza Río) cede parte de su estacionamiento para abrir espacio a los libros. Unas seis carpas fueron colocadas para dos lugares de exhibición y se conserva una sección para los niños. Esta actividad que entre sus homenajeados tiene a Federico Campbell –de quien aprendí mucho en la universidad, pero sobre todo en una entrevista donde por cierto dijo estar equivocado en conceptos que aparecen en los libros que estudié–, es coordinada entre el Instituto de Cultura y los libreros, y eso me hizo recordar a la Feria Municipal del Libro y la Cultura de Guadalajara en su composición. Por otra parte, en dos foros se realizaban presentaciones de libros.
La Feria me parece una actividad vital para la región, donde el público se puede acercar a los autores locales para verse desde otros ángulos, y donde se realizan actividades permanentes de fomento a la lectura.
En la sección infantil, noté un esfuerzo por ambientar el espacio, con resultados efectivos de estudiantes de Diseño, aunque sin unidad. Quizás les hace falta un concepto por abordar. Los talleres, abiertos al público, no deban claro para qué edades estaban dirigidos, a qué hora iniciaban y concluían, de qué trataban, ni quién los impartía. Me interesó uno de encuadernado que se veía buenísimo, pero me dijeron que el siguiente sería: “mañana, a las 11:00”, cabe mencionar que en ese momento eran las 2:00 de la tarde. Lástima. Me lo perdí. A un lado, unos narradores que se presentaron como Los Juglares, soportaban los martillazos de este taller a lo largo de sus historias. Aún así, insisto, tener un espacio así en cualquier ciudad es bastante halagador.
El surtido de libros: rico y variadito. Desde los temas religiosos hasta la literatura, pasando por la autoayuda, hasta revistas podían encontrarse, así como gráfica y rarezas de librerías de viejo.

V

Ver la vida nocturna me hizo pensar en mi edad. Jaja. La verdad es que en La Revo hay antros para gustos variados. Rock, banda, pop, mariachi, blues, de casi todo. La verdad es que los antros me aburren. Las cantinas hacían sonar su música norteña. El neón y el ruido crecía conforme llegaba al centro, y conforme pasaba la noche, aparecían los gringuitos que de este lado ya son mayores de edad, cargándose entre sí, borrachitos, con mucho menos dominio de sí mismos que los locales. Muchos de ellos son hijos de mexicanos que no saben, o apenas, hablan español. Ya en pleno centro, la adrenalina fluye. Un tipo, otro, otro más, ofrecían al paso “lo que sea”. Las chicas esperaban clientes afuera de bares y hoteluchos, las más guapas (obvio) eran hombres. La diversidad sexual es una situación que no asombra a nadie y el flujo de autos y de personas hace pensar que el día nunca termina. Tacos por aquí, por allá, a 11 pesos. Nada se veía limpio, pero aún así me animé donde había más gente. Eso nunca falla. Me comí uno de asada y uno de tripas. Sí, me arriesgué en este último, pero mi estómago lo resistió. Mucho americano probaba los mexican tacos de a deveras.

VI

Tijuana tiene a su gente en pie. A la sombra de un gigante, soportando ideas erróneas de lo que es México; orgullosa de Rosarito, de sus viñedos, de la otra Baja; con la violencia que vivimos en todas partes, pero con organizaciones civiles que hacen algo al respecto; con dios y con el diablo. Se trata de gente amable, la mayoría oriunda de otros lugares del país que quizás vino para pasarse al otro lado y decidió vivir en la orilla. Ya son personas que no se asombran con el sueño americano. Van, hace “chopin” y regresan. ¿Para qué quedarse allá? Si cruzando el río está su casa, su familia y su trabajo.

VII

Debo agradecer a quienes me atendieron allá: Vianett, Joanna y Claribel. También a Karla Sandomingo y Francisco Arvizu por haberme recomendado para impartir ese taller. Y, desde luego, a todos los profes que me hablaban de “usted”, jaja, no me acostumbro.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Corazon felicidades estoy orguiiosa de ti.
brtita

Anónimo dijo...

Solo para hacerte saber de que me encanta como escribes, como piensas y como lo puedes traspasa a estos escritos.Eres bueno, tienes pasiòn

Anónimo dijo...

panchito querido, muchas felicidades, eres un triunfador.

tkm
campanita