lunes, mayo 02, 2011

Revelaciones

En días como este o aquellos que han pasado y vienen, me cuestiono acerca de mis ingresos económicos. Gasto tiempo al pensar en “cómo sería si…”, me desespero. Veo que este sistema free lance es complicado. Trabajo, cobro, no hay, después, dame chance, no era como quería. Mientras tanto, sangro a la familia, a los amigos, luego te pago, cuando veo que realmente no hay cómo, no por lo pronto. Perseguir sueños desgasta, cansa emocionalmente, es una afrenta constante a la esperanza misma, la mayor prueba de paciencia.
De repente, me doy cuenta de que si sigo sin familia es por esto; porque quizás, de manera inconsciente, ha sido parte de la lucha; porque si tuviera el deber de llevar sopa a mis hijos, no estaría empeñado en escribir; porque ni siquiera tendría esta oportunidad de andar disperso como en ahora mismo; porque, quizás entonces, no me importaría vivir como ser corrompido.
Dice J. M. Rilke en Cartas a un joven poeta: “Por lo que toca a mis libros, me gustaría mucho enviarle todos los que pudieran alegrarle de algún modo. Pero soy muy pobre, y mis libros, en cuanto aparecen, ya no me pertenecen”. Sin embargo, no tengo una sola señal de duda respecto de lo que quiero hacer, acerca de que esta es mi vida, mi misión, y a esto debo mis dones, que Dios me acompaña, que no hay manera de que me deje en el desamparo. Entonces, noches como la de anoche, de revelaciones, me tranquilizan el espíritu. Mi cuerpo flota un poco sobre la cama, para después posarme sobre una colchoneta en el piso, hay dos paredes de ventanales, techo de dos caídas y frases pintadas de algunos poetas, o mías; estoy en el cuarto de azotea de Tabachines, salgo de ahí y me veo quemando papeles, al fin supe qué hice con mis primeras libretas de escritos, me veo salir de casa de mis padres para caminar y calmar mi furia, pongo música mientras duermo, me levanto a media noche, enciendo una vela y me pongo a escribir, lloro mientras lo hago, pateo un sillón, me tranquilizo, hago oración, escribo de nuevo, dibujo así ese instante, le compongo una carta al hijo que no he tenido, le hablo de mí, entrego el corazón una vez, otra, otra, como todo amoroso. Me veo entonces platicando con mis compañeros de prepa, de secundaria, doy vueltas por las dos escuelas en busca de mi espacio, no lo encuentro, entonces pensaba tenerlo extraviado durante tres años en un lugar, luego en el otro, no lo hallo, no existe, no ahí, no con esas personas.
La Osa Mayor, Casiopea, Pléyades, Tauro, El Dragón, Can Mayor, Can Menor, y muchas otras constelaciones y estrellas me escuchan. Les pregunto dónde debo estar. Llega a mí el olor de una fogata, del pino, del roble, escucho el susurro de un arroyo, hace frío, siento en mis manos la humedad del piso, lleno mis pulmones de aire, la duda flota, mi cuerpo también, y me trae aquí, a Montenegro, y la duda aterriza conmigo. No existe. Entonces sólo veo todo lo que falta por hacer, pienso que no necesito más que lo necesario y que si dejo de preocuparme -quizás entonces, quizás ya viejo pero no importa-, todo se resolverá, liquidaré mis deudas y tendré lo suficiente para compartirlo con mis hermanos, con mis otros hermanos, con mis amigos, con quienes no me conocen pero tienen curiosidad acerca de mí.
Un halo de tranquilidad entra en mi cuerpo. Respiro de manera pausada, me sirvo un vaso con agua, me siento en la mesa del comedor, veo que anoche terminé un cuaderno más de apuntes (tengo más de 10 años trabajando en ellos) y preparo el que me trajo mi Tía Martha de Oaxaca. El aire fluye mejor. Trabajo, también estudio, también disfruto, y hablo con el Francisco de Asís de papel maché mientras mis músculos se relajan. Cierro los ojos y no tengo más que pensar que esta vida, así como es, me gusta.

1 comentario:

Anónimo dijo...

hay personas que son tan pobres que lo ùnico que tienen es dinero.

te quiero muchisimo pancho. gracias por ser como eres.

campanita