viernes, enero 22, 2010

Instalación


Mis últimos días en Tequila se fueron sin que me diera cuenta. Me ocupé. Dediqué tres días casi completos a empacar y el último fin de semana vendí parte de mis libros. ¿No te dolió? Me preguntan en repetidas ocasiones. La verdad es que no. Luego de ver los rostros de quienes se los llevaron, me di cuenta de que en realidad los dejé ir y estoy seguro de que recuperaron su valor en otras manos. Así sucede cuando dejamos fluir, cuando permitimos que aquello que aseguramos nos pertenece, le damos la oportunidad de encontrar un mejor sitio.
Elegí un 40% de la totalidad de mis libros. Muchos de ellos seguían envueltos. Tres o cuatro años después de adquirirlos no los leí. Nunca lo haré. ¡Vas a terminar por comer libros!, dice mi madre. Esta vez entendí como nunca; armé un estante, puse tres libreros pequeños y puse un anuncio en la ventana que da a la calle de la casa que habité durante tres años. Así llegó una familia. Vecinos que nunca conocí y que tenían intereses comunes a los míos. Se llevaron los primeros libros. Luego de ellos llegaron las de al lado de mi casa, el maestro de pintura del pueblo, una promotora de la Ruta del Tequila, su amiga, y más personas. Sábado y domingo arribaron quienes debían aparecer. Al final, recaudé mucho más de lo que imaginaba y no sólo en cuanto a lo monetario. Me di cuenta de que en otra casa, dejaría esos libros en una caja, amontonados, distantes de la dignidad que merecían. Esta vez llegaron a buenos ojos.
Eloisa llegó el miércoles. Era el día de la mudanza. Cajas, cinta canela, marcador, bolsas negras. Tiré muchos objetos que no necesitaría; rematé refrigerador, litera y regalé la estufa, así como la vieja recámara que tenía. Cajas y bolsas salieron de casa, se quedaron, y obvio, me traje todo lo que aprendí en los tres años más intensos de mi vida.
Esta noche hace frío. Escribo desde el Chai del Centro mientras tengo internet en casa y reaprendo a cruzar 16 de Septiembre, a caminar por Maestranza, Colón, Juárez, Chapultepec. Me vuelvo a acostumbrar a otra manera de andar, de ver, de hablar, de comer, a los espacios, y no voy a negarlo: Esta ciudad me gusta, siempre me ha gustado y poco a poco recuerdo por qué.
Tengo el piso de arriba del departamento de Manzano hecho un desastre. Así será mientras termino de arreglar hasta hacerlo habitable. Esta vez comparto espacio y viene bien. Me he vuelto algo ermitaño. Lo que sigue es darle tiempo, de calidad y con disciplina, a mis textos, no olvidar que soy escritor antes de ser empleado, y reencontrarme con los amigos que me siguen guardando un espacio.
Estoy de regreso.

jueves, enero 21, 2010

Salir de casa, volver a casa


Llegar a Tequila fue para mí la oportunidad de emprender una aventura, de crecer, de salir de un estado de confort donde todo lo tenía resuelto para tocar piso de nuevo y entender situaciones y posturas que no me entraban en la cabeza. Un día, decidí quemar mis naves para no regresar a casa hasta cumplir con el compromiso de tres años de trabajo que han sido, y lo menciono cada que puedo, los más intensos de mi vida.
Esta mañana es la primera vez que me siento fuera. La misión ha sido cumplida, pienso. El “¿ahora qué?” suena en las personas que me saludan, en mis amigos, en mi familia, en mi mente. Siempre he estado convencido de que crecer es lo que me puede hacer mejor persona. Entonces, me leo, me escucho hablar y noto cambios que mi madre también reconoce. El antes y el después de mi persona resulta ser otra obra de la administración 2007-2009 de Tequila que se entrega el último día. Estoy contento, satisfecho de lo realizado pero consciente de que pude haber hecho mejor las cosas. Entonces volteo a la que fue mi oficina y desde un lado de la puerta del balcón escucho a Salamanca más inquieto, en busca de nuevas canciones, otros estilos, con el proyecto personal de un soñador, con una mujer que lo apoya y observa con admiración y con un niño que siempre lo mantiene sorprendido y fértil para aprender más. Ahora ve lo que muchos no ven y sabe encuadrar una imagen para captarla a través de la fotografía.
Al otro lado, Ana deja de esconderse, habla, se entera de todo como siempre, pero mantiene un juicio más justo. Entiende que comunicar no implica hablar mal de nadie y repite: “No hagan caso de todo lo que dice la gente”, lo dice y se lo dice a sí misma mientras aprende cómo dejar su vida privada en un cajón del que sólo ella tiene llave. El no está, no puedo, no tengo, desaparece de su vocabulario y comprende que todo tiene solución.
Me levanto un poco de mi silla de equipal para ver a Raúl, más práctico pero con un sentido creativo más desarrollado. Los resultados salen a la vista, los nota la gente que recibe uno de sus diseños. Explora en la red, descubre, mejora y se siente más cómodo.
En la oficina se respira cordialidad, risas, risotadas, bromeamos, a cada uno le toca ir de bajada en cualquier ocasión. Levanto el teléfono y escucho siempre un comentario picante de Rocío, de quien escuché por primera vez el “comoahiqué” y las observaciones acertadas, en ocasiones duras, matizadas con una seria risa.
Entonces llega Juan Carlos. Le echa un ojo a la botella que tengo detrás de mí, en el librero. Gil aparece poco después con unas cocas de taparosca. Entramos a la junta y bebemos refresco “fortalecido” para soportar el tedio y cada que bebemos entendemos que rompemos reglas. ¡A gusto el puerco! A la voz de “vale” o del “cámaraisión” quedamos de vernos después para comer unas albóndigas que prepara Maye, su esposa, y me lleno de la sonrisa de Heidi. “PAPAAA”, dice con su ronquita voz mientras juega. Los Aguirre aparecen con sus familias, todas una copia de la familia de la que vienen, donde el amor reina en el sentido más completo y donde ese reino lo comparte cada uno con la mujer de su vida. Me veo, veo a mis hermanos, veo a mi familia.
Con una risa y un chiste pelado está también Beto; Carlos y él son siempre cercanos, en las buenas y en las malas. Me hacen recordar el sentido de la amistad que se acerca a la hermandad, donde nos aceptamos como somos, hacemos lo que queremos, y nos apoyamos aunque no estemos de acuerdo con lo que el otro decide. Ahí es donde aparece la verdad, el valor de decir: haz esto, no la cagues, cuidado. Apenas descubrí el gusto de llegar un sábado al medio día a comer potaje yucateco y ceviche de res. Aprender a ser disponible y dispuesto es uno de los motivos que me hacen crecer. “Ya es un Aguirre”, dicen y es una manera de acercarme que agradezco con el corazón.
Mi casa, por la Filósofos, puede contar muchas más historias. Carlitos llega enorme en forma e inmenso de corazón y alma, chupándose los dedos de las papitas que se acaba de comer y listo para el “fondo fondo fondo” de la reunión. Siempre sonriente con el “salud” en la mano derecha, se doblega por la nostalgia, mira al pasado, se pone serio y sigue adelante.
A la visita se agrega Vladimir, quien seguramente seguirá la fiesta en otro lugar. Para oreja, se entera de cualquier situación y aprende a callar. Es de esos amigos con los que me puedo sentir seguro cuando de hablar del corazón o la razón se trata, y el mapa de referencia que se puede leer desde los portales, siempre con la respuesta de quién es quién y con quién. Mucha gente se sorprende de que conozca más gente -siendo de fuera- que muchas personas que viven aquí desde siempre. Eso se lo dejo a Vladis, hermano de mi hermana Vania.
Y si de hermandades se trata, tuve que llegar a este pueblo para conocer a mi hermana espiritual. Maribel y yo encontramos en Dios un sitio en común, donde Santo Toribio o el Niño de San Marcos fueron testigos de una unión para siempre. De Maribel es el re-aprendizaje de que todo tiene solución y de que la única manera de hacer las cosas es bien. A ella también le debo varios cambios positivos que se notan en cualquier parte. Como aquello de vestir como director y utilizar los medios para ayudarnos, cuando los haya, o mejor dicho: delegar. Hay situaciones en común que sólo ella y yo compartimos. Además, estaré siempre, siempre agradecido de que me haya compartido a su familia. A Francis y Fidencio los veo como mi imagen paterna aquí y entrar a su hogar significa respirar amor y armonía.
Con Maribel, Alicia y Rosi hice un equipo donde hubo encuentros y desencuentros que como le digo a Alicia, hay que saber leer. Las circunstancias son así, esto es un trabajo y la amistad es punto y aparte. Pienso en todo esto mientras saboreo el cocido de res de ella, mientras hablamos de prudencia y nos encontramos de buenas o de malas.
Con Rosi confirmo que la belleza sí se lleva con la inteligencia o que ésta última hace que la belleza resalte más. La veo en San Martín de las Cañas, en su elemento, en un grupo, con niños que la adoran y madres de familia que no encuentran cómo agradecer. Atípica, es una rosa en el pedregal, una sorpresa que quita el aliento y un sitio para reposar las ideas.
En todo esto nos une Guillermo, el líder de un proyecto que llegó a buen fin y del que todos nos sentimos orgullosos. De su calidad humana, de su dureza en ocasiones y de su incansable idea de trabajar, todos sabemos, pero pocos entendemos que “súbete a la camioneta” significa olvidar lo del día, llegar sabecuándo y sabecómo.
En Tequila re-conocí el amor con Rosi después de muchos, muchos años. Ese sentimiento hizo que cerrara las relaciones huecas que cargaba desde Guadalajara y desde años, para por primera vez, después de mucho, dedicar mi mente y mi corazón a un solo nombre. También viví una relación linda con Yessi, quien cerró el capítulo de la manera más intensa que pudiera imaginar.
Insisto. Todo me pasó aquí: Golpizas, peleas absurdas, odio real de gente hacia mí, choqué en carretera contra una vaca y tuve pérdida total del auto, me chocaron por un costado en mi chevy, fui a bailes donde me aficioné a Jenni Rivera, me aprendí todas las canciones norteñas posibles, aprendí a beber tequila y muchas cosas que por ahora se me van de la mente.
Al principio de este texto menciono que regresaría a casa cuando cumpliera mi labor. Hoy me doy cuenta de que “regresar a casa” también significa volver a Tequila, mi otro hogar, con mi otra familia, con mis amigos, con mi cielo, con mi sierra, con el olor a dulce mezcal que despiden las fábricas y me recibe a diario.