Hace muchos años que admiro el trabajo de Martha Pacheco.
Esta pintora tapatía, además de que es una maestra en cuanto al aspecto
técnico, se ha convertido en un referente del arte contemporáneo en México por
el tema que aborda: la muerte, o mejor dicho, “los muertos”. Hace muchos años
me tocó entrevistarla y comentaba cómo su trabajo debe hablar por sí mismo.
Ella, silenciosa, deja al espectador sorprendido, aturdido, le mueve el
estómago y lo deja con la opción de interpretar lo que ve, de darle un sentido
si lo tiene y siempre consigue trasladar a lo estético y significativo una
imagen que bien podría aparecer en las portadas de la nota amarilla. Eso la
distingue. Logra llegar a la reflexión del sentido de la vida, de la muerte,
nos coloca a todos sobre una plancha y nos hace iguales a todos, sin excepción
nos descomponemos.
Inevitablemente pensé en ella cuando asistí a la función de
“Hasta el fin de los días”, documental dirigido por Mauricio Bidault y producido
por Vanessa Romo que ofrece una visión de quienes trabajan en el Instituto
Jalisciense de Ciencias Forenses. El filme muestra, sin narrador, sin
referentes gráficos, una narración sostenida en la edición que mostraba escenas
cotidianas: un hombre asesinado mientras ve televisión, otro en varias bolsas
sobre vagones de un tren, uno más calcinado en un accidente automovilístico. El
espectador se sorprende, ve las cosas tal y como son, y encuentra en la labor
de peritos, investigadores y administrativos, lo que una serie televisiva o una
película de acción jamás muestran.
Desde distintos ángulos se puede notar el cuidado que se
tuvo para esta realización. A pesar de que aparecen cameos de personas ya
muertas, en ningún momento se deja sentir lo ofensivo que puede parecer el
morbo. Sin caer en amarillismo, la cinta se acerca más a lo científico, a lo
médico, a lo social, y eso permite encontrar notas de profesionalismo en los
personajes (en ningún caso actores) que aparecen en el crematorio, en el
trabajo social, en el departamento de balística, o en la morgue, donde mientras
la cámara enfoca el rostro del forense se escucha cómo su cuchillo abre las
entrañas de un cuerpo. Así, desde el sonido, se refuerzan las acciones
dramáticas. Esta parte la producción se convierte en el acento que ofrece
lecturas reales, y esto se nota en los gritos del hermano del recién fallecido
al otro lado de la puerta o en el silencio del personal que recibe a una mujer
con sus hijos de tres y seis años tras un acto de parricidio-suicidio.
La película no cuenta una historia en concreto, no es
posible establecer un guión previo para realizar un documental de estas
características. Se sujeta de lo que sucede, se acomoda a partir del ritmo de cada situación y se une en la
reconstrucción del rostro que artesanalmente aparece de un cráneo. Crear un
proyecto así puede ser tan peligroso como para caer en la pretensión, en la
provocación o en simpleza de la nota periodística, pero gracias a la decisión
de evitar narradores o letras digitales, música de fondo, de acentuar la
función del sonido y centrarse en la edición, el resultado es, “nada más”,
cine.
Así como lo sugiere Martha Pacheco, “Hasta el fin de los
días” transforma al espectador en un ser reflexivo que, al salir de la función,
saca sus conclusiones. Así es como funciona el arte contemporáneo.