lunes, febrero 15, 2010

Encarrilarse


Encarrilarse es algo complicado. Algo pasó estos tres años. En definitiva, no soy la misma persona, ni pienso igual, ni hablo igual, ni creo en el igual. Esta vez me ha costado como nunca encarrilarme para escribir. Me la pienso dos, tres, cuatro veces antes de hacerlo y como siempre, siempre encuentro pretextos. Seis meses dedicados a producir. Ahora me pregunto si los aprovecharé y me afirmo que sí. Hasta he decidido no “trabajar”. Darlo todo es algo que no me había atrevido. Recuerdo cuando Folé me contaba que decidió dedicarse sólo a pintar, las que pasó y lo que ahora es. Y reflexiono acerca de que, si no dedico tiempo y esfuerzo a escribir, jamás veré beneficios. De lo contrario, sería como el que reniega de no ganarse la lotería sin haber comprado boleto.
Sorbo café, escucho jazz, veo la gente pasar. Guadalajara me sienta bien, con sus jueves de salsa, con su cine a tres pasos, con su montón de mujeres lindas y sus calabacitas tiernas, con sus muchos autos, con su opción culturosa, con mi familia, con amigos, con los conocidos que me encuentro al paso de donde sea, con sus borracheras, con sus olores. Será que soy de aquí que hace que este sea mi elemento. Me acostumbro pronto y me sorprende eso. Pero sobre todo, me da miedo ser el que antes era, acostumbrarme al de antes y pronto también. Supongo que darme cuenta ayuda a no caer en lo mismo. ¿Será? Y entonces preguntármelo es dudar de mí y eso me preocupa también. “No te preocupes, ocúpate”, diría.
Me obligo a trabajar en mis asuntos, en lo que deseo, a esforzarme, y entiendo que todo se vale, menos rendirme. “El lobato se vence a sí mismo”, dice la ley de la selva… Me animo con textos como este y luego sabe qué pasa. Puede que no pase nada. Ayer vi Nueva York a escena y me di cuenta de lo que es hacer un buen guión; hoy vi a Gabi en el Tec dar clase y me di cuenta de lo que es una buena maestra, de que quiero serlo también; ayer vi bailar a Ada y me di cuenta de lo que es bailar bien, de lo bien que uno luce al hacerlo y me reí a morir con ella, Ale y Nayeli, quienes me sorprendieron al verlas bailar también; ayer encontré en Beatrice el placer de dar, de darse a través de un detalle. Me animo con eso también.
Luego no falta quien dice: “escribes bien”, cuando en realidad lo hago así nada más, a la carrera, por hacerlo. Demerito eso. Para mí, escribir es fácil. Y hacerlo fácil es la ciencia de esto, como ver jugar a Ronaldo o a Messi. Escribir esto, por ejemplo, es pasar el tiempo en un café, es por mientras, como ver televisión cambiando los canales en lo que se cumple el minuto que sigue, el siguiente.
Pienso en mi madre, en Mari Berra, en cuando estudiaba en el ITESO, en que me debo titular ya, en que quiero ir a ver a Diana Krall, en que no sé si iré por la noche a ver a los Leones Negros, en que depende de si veo o no a Rosi Lizaola, en lo guapa que está la chica que pasa, en cómo le estará yendo a Miriam en el DF, en que este café no es tan bueno, en lo que hablan los de la mesa de al lado, en que ya no paso por estudiante, en que dejo pasar oportunidades, en que me da miedo la siguiente sesión de la terapia, en que escribir lo que sea, como esto, me hace bien, en que me encarrilo, en que lo intento y lo consigo, en que tengo las manos calientes y en que las yemas de los dedos palpitan cada que uso un teclado y en que sentirlo es sentir vida en lo que hago.
Me voy.

*Foto tomada en La Selva: Ada, Nayeli, Ale y parte de mí.

martes, febrero 02, 2010

De Manzano a Montenegro


Odio mudarme. Sin embargo, también odio vivir en un sitio que no me convence. ¿Qué odio más? Es como esa incógnita que tenemos de: "no quiero salir de la cama pero tengo qué ir la baño", donde durante unos minutos evaluamos qué preferimos y qué es inevitable. Sin duda, al final terminamos levantándonos para ir a orinar.
Algo así me sucedió con esto de la mudanza. Yo debo agradecer la amabilidad de Darío para recibirme en su casa a mi llegada, sin embargo, no aguanté más de dos semanas escondido de la luz solar. Y no es que me sienta Birdman, pero dicen que en verdad el Sol nos da energía y en esa casa todo el tiempo hacía frío. Hasta Batista, mi pez, se la pasaba en la esquinita y abajo de la pecera por lo mismo.
El caso es que en ese espacio nunca estuve contento. Al grado de que no se me antojó nunca hacer invitadero.
Coincidió que Chucho, un amigo de la DiPA, consiguió casa, grande, bonita, por Montenegro. La conocí, tomamos unas chelas ahí y ahora me doy cuenta de la importancia del espacio; mientras en Manzano tardé años en arreglar mi habitación, acá lo hice en un ratito.
"Está padre para que te pongas a escribir", me decía Chucho. Y bueno, entrar, ver un patio y una enorme bugambilia gobernando la casa, siempre es agradable.
Aún faltan varios arreglos, pero me siento contento y cómodo. Ya saben. Invitadísimos a llegar. Ese patio se antoja para una cerveza, un tequilita, jugar dominó, Risk, cartas, platicar, comer una carnita asada y obviamente, para recibir a los amigos. Cuando quieran darse una vuelta, me avisan.
Les recuerdo mi celular nuevo: 331 124 1569 y la dirección es Montenegro 1428, entre Rayón y Escorza.