lunes, agosto 22, 2011

Ya... valió sorbete

“Yaaa valió sorbete”, dijo Don José, mi abuelo, poco antes de irse, de alcanzar a mi abuelita Lila. Así se fueron los últimos días de 90 años, sin perder el sentido del humor, con el último aliento aprovechado para dar gracias, tras algún sueño, dormido, con una familia unida a través de él.
“Ahijamerros, ahijamerros”, me siento en la sillita que me regaló mi abuela y que todos mis primos y sobrinos utilizaron después, volteo hacia la calle y lo veo llegar del trabajo en su bicicleta. Corro para pedirle que me de una vuelta, me sube al cuadro de la bici, huele a papas doradas, siento en su pecho el radio negro que siempre sintoniza en Stereo Voz, me sujeta con su brazo fuerte, llegamos a la esquina y regresamos a la casa, luego da otra vuelta para Rocío, para Hugo, para Miguel, nos pide que le ayudemos a pizcar la guasana, es sábado, por la noche irá al estadio a vender. “Llegué a Guadalajara muy chamaco, me quedaba con mi hermana Socorro y mi padrino Luis. Ellos me pidieron que vendiera una canasta de guasanas en el mercado de San Juan de Dios. Yo me escapaba para conocer la ciudad”.
“¡Papas!”, grita mi abuelito. Le ayudo a cortar los limones, a recibir el dinero, él, con su cachucha blanca y un escudo de Chivas o Atlas, según sea el partido, sirve una bolsita, dos, tres. “Son las más buenas”, dice algún cliente. Lo presumo, lo visito en el mercado Libertad, en San Juan de Dios, en alguna hora libre mientras trabajo en el Cabañas. “Estos son los limones chiros”, me explica mientras pela un limón, le pone un palillo para que quede como paleta y le agrega sal y chile. Luego hace un huevo cocido en forma de copita y con su cuchillo viejo pela unas papas. Lo encuentro en un libro del fotógrafo Alberto Gómez Barbosa (Guadalajara y sus habitantes. 1981), está de espaldas despachando a cinco muchachas. ¡Cómo le gustaban las muchachas!
“Estoy así por lo que hice antes: por tanto fumar, por tanto empinarle, por tanto enamorar... Está bueno enamorar, porque somos hombres, pero no hay que exagerar. Todo se puede hacer, pero no abusar de las cosas”, me dice mientras lo cuido una noche en la cama 701 del Seguro. “No veo bien mijo… Entonces… Cuando viene la enfermera, tengo que tocarla, para saber si es enfermera o enfermero…”. Existen historias, muchas. Era tremendo, él mismo lo admite, y lo canta, hasta dice que compuso canciones para las mujeres, “para tantas cosas que viví. Ahora, nada más queda el recuerdo”.
“Tengo un cartel donde dice que luché. Me pusieron Joe Cárdenas”, y recuerdo fotos de él con los brazos a la cintura, mirando al cielo, en una foto tomada desde abajo donde usaba una trusa y presumía un cuerpo musculoso y aceitado. De él viene mi afición a las luchas, a los juguetes antiguos y hechos en casa, al menudo de los domingos, a las papas, al vino… ah, no, esa es otra cosa… “Poquito”, dice cuando le preguntamos si le echamos tequila a su coca, poco después se pone a cantar, es más platicador y recuerda cuando estuvo en el ejército.
La nostalgia nos invade, lo recordamos, lo extrañamos, pero no nos vemos tristes, sabemos que descansa después de semanas en las que poco a poco desaparecía. Hubo tiempo para despedirse de él, le regalamos un domingo como los de entonces, con todos sus nietos jugando, con gritos de niños por toda la casa. Sólo faltó que nos paseara en su bici. Él, sentado en el sillón con su perrita Wendy en las piernas, lo vio todo. Al final, para irse, se abrazaron Bertha, Martha, Toño, Gracia, Gabriel, sus hijos (quienes invitaron a Rodrigo), gente que derrocha amor siempre, como Lupe y Guille, sus hermanos, a nosotros, los nietos, nos tocó disfrutarlo bien, de buenas, con el pañuelo en forma de persona que se movía, con algún truco de magia, con un juguete cada que íbamos al mercado, con su bendición tan larga sobre todo para Ricardo, Jazmín y Eduardo.
Somos una familia grande, sobre todo por la unidad que siempre promulgó mi abuelita Lila. Eso lo vivimos entre abrazos, sin envidias, sin rencores, sin peleas, sin cuentas pendientes.
Mi abuelito José se fue con Lila, a quién recordó entre sus últimas palabras. A mí me toca recordarlo aquí y en algunos cuentos que ya leyó publicados, en los que falta por terminar y en los rostros de mi familia.
Descansa abuelito, sabemos que nos cuidas a todos. ¡A ver si no te pones a discutir con Lila por los centavos que se gastaba en dar limosna!
¡Ah! La lógica de los niños es simple: si mi abuelita se llamaba Lila, mi abuelito debía llamarse “Lilo”, mucho después entendimos por qué se enojaba cuando le decíamos así.








*La primera foto es de un cumple de mi mamá, en casa; la segunda es del libro "Guadalajara. Sus habitantes", de Alberto Gómez Barbosa; la última fue en un cumple de César, donde cantó y cantó y cantó luego de unos tequilitas que le dimos a escondidas.


jueves, agosto 11, 2011

Gracia



“Me gustó verte después de mucho tiempo. Siento que recuperé muchas cosas importantes. Te quiero mucho”, le dije con un nudo en la garganta. Después de colgar, no pude evitar llorar y sentir mucha nostalgia. Fue lo último que le dije a mi tía Gracia antes de que regresara a Estados Unidos.
Después de diez años, durante una semana llegó a visitarnos, a visitar a mi abuelito José, a estar con él. “Soñé que vino Gracia”, dijo él al día siguiente de que llegó con su sonrisa, con su voz de niña eterna, con sus ojos llenos de luz. Y, desde luego, no olvidó traerme recuerdos de mis primeros años, cuando ella me cuidaba mientras mis papás trabajaban. “¡Eras un chismoso desde entonces! Gritabas: ¡Mamáaa, Gracia no está haciendo nada, está leyendo el periósquido!”, me reprochó hace unos días, cuando le recordé a mi mamá la hora de llevarla al dentista. Caminó conmigo rumbo a la de Santiago, en Oblatos, para ir a la farmacia, a las tortillas, para detenernos con mi tía Martha a comprar un jugo en el mismo sitio donde lo compra desde que tengo uso de memoria. Iba con las dos tías que jugaban conmigo, las que me cuidaban, a las que hacía renegar, estuve tan completo como nunca.
Sentado, veía televisión, veía a la modelo que anunciaba la Mirinda. Hermosísima. Se parecía a Gracia. Como hermosísima se me hacía Rocío Durcal, quien desde luego se parecía a Gracia. Hace pocos años observé sus fotos de entonces, y ni cómo dudarlo, ya tenía buen gusto, hermosísima. Mantengo la imagen de ella corriendo tras de mí por la casa de Gigantes, yo sin calzones y haciendo caca, riendo porque no me alcanzaba. También a Gracia vestida de enfermera, afuera de casa de mis abuelos, recargada en un poste con su novio Luis, un tipo enorme y musculoso que se parecía a Lou Ferrigno. Es la primera vez que recuerdo haber sentido celos. Gracia jugaba conmigo a la pelota mientras me decía que le iba al América (entonces yo era inocente de la vida y le iba a las Chivas), me sentí decepcionado. Tiempo después aparecieron Livier y Luis Enrique, mis primos. Ella era tremendísima, inquieta, gritona, y Luis Enrique la seguía, era su pequeño cómplice. Recuerdo a mi mamá, a mi abuelita Lila, a mi tía Martha, a mi tía Chayo, todas sin idea de cómo controlar ese torbellino. La última Navidad que pasaron aquí fue en nuestra casa de Tabachines. Yo tendría 5 ó 6 años. Por la noche, la familia de Gracia se iba. Había neblina. Livier iba en su carrito rosa y a Luis Enrique lo cargaba dormido mi tío Luis. Pasaron muchísimos años cuando la volví a ver. A los demás, desde entonces no los veo.
Me impresiona sentir este vínculo que no se rompe pese a la distancia, al tiempo, me sorprende y me hace sentir más vivo. Gracia ahora se la pasa al pendiente a través del facebook. Me hace comentarios. Sabe de quién hablo cuando platico de mis amigos. Ella los conoce. Me cuida. Claro, me siento como un primer hijo para ella. “Siempre eres como una mamá para mí”, le dije esta vez.


*La foto es con mi tía Gracia y con Patricio.