viernes, abril 23, 2010

ODIO LEER

Para conmemorar el Día Mundial del Libro...

ODIO LEER

Porque me la paso soñando despierto

Porque pienso más en imposibles que en realidades

Porque me hice enamoradizo

Porque a veces un libro no me deja salir de casa y hace que llegue tarde a todas partes

Porque ya se llenó el librero y no tengo para compar otro

Porque me volví un tipo extraño desde la primera vez que leí
Porque si me ven leyendo asumen que no hago nada importante

Porque no puedo disfrutar las telenovelas y las critico de que no tienen buenas historias

Porque siempre comparo el libro con la película y por lo general ésta última pierde

Porque me da rabia no poder leer TODO
Porque me vuelvo un pesado si se trata de libros que para mí son basura

Porque tengo pocos conocidos con quienes comentar lo que leí

Porque invierto (o gasto) demasiado dinero en libros

Porque no falta quién se robe mis libros o no me los devuelva

Porque me da ansiedad leer tantas frases buenas y no saberlas de memoria

Porque me obligaron a leer "Diario. Corazón de un niño" y por eso lo odio

Porque si vendiera lo que fuera el mismo tiempo que dedico a leer, sería rico

Porque me nacen ganas de escribir, lo hago, quiero que me lean y nadie lo hace

Porque no duermo hasta terminar el capítulo, bueno, uno más y ya, está bien, el que sigue...

Porque no me cae bien cuando en cada charla presumen lo que han leído

Porque me quedo con ganas de saber qué pasó después del final

Porque si se me moja un libro, me enojo bastante. No debería ser importante

Porque me quejo de las revistas que hay en las salas de espera

Porque no puedo ser frívolo

Porque por eso tengo demasiados escrúpulos

Porque leer no me hace más guapo

Porque cualquiera puede sobrevivir sin leer. Siento que yo no

Porque me afecta más de lo normal la letra de un bolero

Porque leer no me da de comer

Porque me frustra no tener dinero para comprar el libro que me gustó

Porque hasta me la creo que eso me hace especial

Porque leer no siempre nos hace mejores personas

Porque me molesta que días como hoy pasen desapercibidos
¿Y tú por qué odias leer?

Pastilla roja


–Ya me tomé la pastilla roja ­–comenta Dominga sin que yo sepa a qué se refiere para después aclarar–. Salí de la matrix.


Me costó trabajo comprender a qué se refería. Ya después me recordó que en la película de los hermanos Wachowsky esa pastilla fue la que le dieron a Neo para despertar y salir de la matrix. Platicamos un buen rato con Norma y me hizo caer en la cuenta del momento que vivo en la actualidad.
Más allá de complots y grupos oscuros al estilo de esa cinta o del Código Da Vinci, pongo mi vida en retrospectiva y me hago consciente de que trabajo desde que tengo edad para hacerlo, y lo hago para empresas o instituciones donde me hacen sentir que de verdad me hacen un favor al darme empleo. Dominga me cuenta acerca de salir de un letargo en el que todos caemos, donde al final hacemos lo que los demás quieren. Entonces, somos manipulados siempre. Y parece de cuento, pero la verdad es que, si nos ponemos a pensar, somos educados para obedecer, consumir y no preguntar.
Ella lee, investiga, hace hallazgos, tiene en mente a su hermano sacerdote y se hace más preguntas. Sin embargo, eso le da paz y eso es algo que compartimos.
Hoy me desperté a las 8:30, puse la radio, me senté a escribir, fui a tomar un café con Clarisa, regresé, fui a la librería del FCE, me quedé un rato en la Rambla Cataluña, encontré amigos, saludé a Mariño, a Gil, a Nubia, me dijeron que había escrito un texto “que no quedó tan mal”, me aguanté la risa, regresé a casa, hice la comida, abrí libros nuevos, sonreí, me senté a escribir y al rato iré al cumple de Zul. Esa es una rutina que da paz y que me hace sentir libre.
En efecto, no tengo para pagar la renta, pero sé que llegará el dinero, y luego veré qué, mañana no sé qué haré en la mitad del día, pero la otra mitad disfrutaré ver a mi papá con sus amigos de la adolescencia. Además, este tiempo he escrito como nunca. Tengo proyectos en mente y tiempo para dedicarme a ellos. Recuerdo a FoLé cuando me contó lo difícil que fue para él la decisión de dedicarse de tiempo completo a la pintura. Entonces hago cuentas, sé que me irá bien, me tengo una confianza tremenda y nada ni nadie me puede detener. Entonces el impulso de mi gente, con Miriam y mi familia a la cabeza, cobra sentido. Le explico a un sacerdote acerca de lo difícil que es reconocer que tengo dones y la responsabilidad de explotarlos, de aprovecharlos para regresarle así a Dios (o como le queramos decir) todo lo que me da, pero sobre todo, darle sentido a todo lo que hago. Servir.
Ser libre luego de tomar la pastilla roja, da mucho miedo, me obliga a aprender a caminar de nuevo, a volver a conocer a las personas y sobre todo, a verlas desde otra perspectiva. Es entenderlo todo, renunciar y rechazar propuestas que me puedan amarrar de nuevo y saber que todo irá bien, porque ser libre ya es suficiente bueno.
La pregunta más frecuente: ¿A qué te dedicas?
Me acostumbro a decir que a escribir, aunque la siguiente pregunta sea qué hago para vivir. Llegará un momento en que dejaré de dar explicaciones. La libertad cuesta. La quiero.
*En la foto, con Zully, mi sobrina. En uno de mis actos de libertad.

martes, abril 13, 2010

Domingo


Tuve una vez un domingo feliz. Espigada sonríe, se muestra segura, habla del lugar como si se tratara del inicio de un sueño realizado. Serio, peinado a un lado por fuerza, intenta hablar y le gana la risa, son nervios. Alto y con el mayor desenfado al caminar, observa cada detalle, no habla.
Hugo cuida con la mirada a sus hijos, un niño y dos niñas con distinto carácter pero las mismas facciones, se ve contento. Lidia se siente apoyada con la presencia de David. César no demuestra manifiesta orgullo, pero en cuanto aparece Grettel, se convierte en ese personaje rudo capaz de enternecer a cualquiera.
Tengo tres regalos que no son el cielo, la luna ni el mar, pero son lo mejor que pudieron dar mis padres.
Muchas veces digo que en ocasiones me siento el menor de los cuatro y quizás sea por el nivel de admiración que les tengo. Quisiera tener el valor de César, el carácter de Lili y la mesura de Hugo, quisiera estar con ellos todo el tiempo y por eso procuro compartir su felicidad cada que se puede. Esta última vez los observé y no pude evitar el recuerdo de Hugo junto a mí rumbo a la primaria, sus brazos chorreados de mugre y su llanto el día que me peleé en la escuela; a César mostrarse todo un guerrero desde que nació, tomándome de los hombros arriba de la bicicleta cuando lo traía del preescolar y renegando, siempre, todavía; a Lili la primera vez que la abracé y la uní a mí para siempre, comiendo platos enteros de ostiones y patas de mula desde los dos años, con su cabello largo, bailarín y con el amor más manifestado que conozco.
No dejo de verlos así. No dejan de ser niños. Eso tenemos. Me los traje de paso en esta decisión que tomé de no crecer, de mantener vivo al niño, de ver amanecer hasta ahora los regalos en el árbol de Navidad y mostrar la misma ansiedad y sorpresa de la madrugada. Reímos, lloramos juntos, compartimos la emoción. Somos uno.
Este domingo los vi realizados, cada uno con sus retos y dificultades pero ninguno vencido. Todos hacen lo que quieren, lo que les gusta: abogado, contador, psicóloga, los tres con principios inquebrantables, valor y mucho por hacer. No somos hermanos con autos último modelo, ni con casas y terrenos, cada uno hace su lucha individual, con sus familias y con la claridad de que no podemos uno sin el apoyo del otro, no podemos dejar de ir al futbol de los domingos, ni dejar de asistir a la apertura del lugar de trabajo, ni de hablar con orgullo de los tres, ni dejar de amarnos.
Todos somos unos sentimentales, eso lo compartimos con nuestros papás. Ni modo. Somos imperfectos, discutimos, nos enojamos, nos sentimos mal de un mal comentario y preocupados de una decisión que consideramos poco acertada, pero nos disfrutamos este domingo, otro más, uno feliz que tuve.
*En la foto, Hugo y Lili inauguran sus oficinas en Ávila Camacho.

viernes, abril 09, 2010

El juego perfecto en una película imperfecta


Saber que estaría en cartelera el “refrito” de Los pequeños gigantes (Hugo Butler, México, 1960), me llevó a recordar aquellas tardes de martes de películas para niños en Canal 4. Entonces, cada semana me iba a la habitación de mis papás para ver lo que pasarían, mientras mi mamá planchaba. “Había una vez un barco chiquito…” era la canción que interpretaban mientras viajaban en autobús los niños de aquel equipo de Monterrey que en 1957 conquistó las ligas pequeñas en Estados Unidos. Recuerdo cómo se ponían a limpiar el campo para entrenar, el problema de las visas al estar en el torneo, a dos niños perdidos y desde luego el juego final, donde el pitcher, Ángel Macías, consigue un “juego perfecto” luego de que los compañeros y amigos lo animan con un “kikirikí”.
Invité a mi madre a ver El juego perfecto (Wiliam Dear, Estados Unidos, 2009) hace unos días, para recordar mejor aquella película que era en buena parte era un documental narrado por el entrenador César L. Faz, mientras veía esta versión.
Siempre es algo incómodo ver cómo los gringos nos meten a un estereotipo. Sí, en la medida de lo posible, la historia es la misma. Pero en este caso, Monterrey es mostrado como un ranchito, la frontera es sólo una pluma como las de estacionamiento y la música (que es de lo peor de la cinta) parece extraída de El Zorro. Luego de ignorar esto, los niños, actores, y en sí, el argumento, emocionan.
Soportada por escenas documentales de aquellos juegos históricos (que aparecen en la primera producción, hecha tres años después con los propios jugadores como actores), no deja de lado el homenaje al equipo y explota situaciones que conmueven, como la del Himno Nacional Mexicano (cualquiera que lo haya escuchado fuera del país puede entenderlo mejor), la relación de Ángel con su papá y varias escenas del racismo que se vivían en aquella década.
Se agradece, pues, el respeto al equipo de Monterrey, resultado del guión supervisado por quienes sobreviven de aquella gesta deportiva que, sin duda, dejó como herencia a una nutrida afición beisbolera en el país.
Salimos satisfechos de la sala, porque decidí dejarme llevar y disfrutar la película como lo que es. Claro, mi mamá y yo nos quedamos con Los pequeños gigantes, con todo y El barquito como tema musical y el kikirikí (que fue real) del último out, pero vale la intención ver El juego perfecto para las nuevas generaciones.


Fragmento de Los Pequeños gigantes: