lunes, junio 28, 2010

Tocar con las palabras

Ahora leo Muerte de Tinta, la última entrega de la serie de Corazón de Tinta que escribió Cornelia Funke. Leo la novela y reflexiono acerca del poder de las palabras, de cómo se pueden convertir en una espada fulminante, en la mismísima ley que da orden al mundo o en aquella caricia capaz de tocar el corazón.

Escribir es mi método para encontrarme, para mirarme al espejo y conocerme mejor. Y es maravilloso descubrir que se ha convertido, también, en una manera de tocar el corazón de otras personas.

Larisa me contaba hace un tiempo acerca de cómo ayudó Se busca príncipe azul, pero diferente, al corazón de una amiga suya que vivía una separación. Hay quienes ha reído con textos que les he mostrado y hay otras personas, como a Renata, hija de Rosi, a quienes les sirve de compañía.
La semana pasada, publiqué aquí mismo un poema que escribí para la antología La mujer rota. Separación, expliqué, es un poema que le escribí a Valeria Robles, una niña que estaba viviendo lo duro que es el divorcio de sus papás. Esto de partir el corazón en dos no es algo que haya vivido yo, pero me tocó verla sufrirle y salir adelante. Entonces hice ese texto con la intención de tratar de reflejar ese sentimiento. Lo lancé a una página impresa, como una botella al mar.

A través de este blog, la corriente llevó Separación a ojos de Renata, quien -según me contó su mamá- se encontró, se sintió identificada y se hizo preguntas acerca de por qué escribo estos temas y cómo es que me doy cuenta de lo que le pasa.

En pocas oportunidades soy consciente de lo que piensa o siente quien me ha leído. Y saberlo de una niña como Renata, me convence de que este camino es mío y no debo, ni puedo, abandonarlo. Ya no me lo cuestiono desde hace unos meses: esto es lo que vine a hacer, y saber que pude tocar un corazón, me hace responsable para manejar mejor mis palabras.

viernes, junio 25, 2010

Yo soy tu amigo fiel


“Fui a ver Toy Story y me la pasé llorando”, me comentaron. Ayer me invitaron a verla y sinceramente, salí conmovido y sorprendido.

Primero. Ver el cortometraje Día y noche al inicio, fue de lo más estimulante. Todo ese manejo del tema de las diferencias, de los contrarios, de los puntos de encuentro, en una mezcla de 3D donde el 2D es el que cuenta la historia, me dejó sin aliento. Lo cuento: Dos personajes, una especie de fantasmas transparentes, muestran en su interior imágenes en animación 3D, uno es el día y otro, la noche. Fuera de ellos, todo es negro. Los dos se encuentran, se descubren, discuten y se reconcilian, en una serie de situaciones que divierten y llevan a la reflexión. Ir a ver Toy Story 3 vale la pena sólo por esta parte.

Segundo. La tercera entrega de las aventuras de Woody y Buzz, son una muestra de cómo mantener el interés y el nivel de lo que se cuenta sin desgastar a los personajes. Algo que Shrek, por ejemplo, no ha podido sortear.

Esta vez, Andy (dueño de los juguetes) parte a la Universidad y desdeña a los juguetes con los que creció. Ellos se dan cuenta de eso y deciden ir en donación a una guardería, donde se enfrentan a un Oso Cariñoso con olor a frutas que resulta ser una especie de mafioso, muy al estilo de El Padrino. Hay personajes nuevos e interesantes. Uno de ellos es Ken y confieso que al saber que aparecía en la historia me dio flojera, pero su desarrollo, ese conflicto acerca de su sexualidad es de lo más hilarante. Por otra parte, Bebesote es lo más terrorífico que he visto en años. Se trata una versión infantil de Mike Mayers (Halloween) que con un ojo entrecerrado, su tamaño, fuerza y las rayas de marcador hechas por algún niño que asemejan a unos tatuajes, aunados a sus sonidos guturales de bebé, reafirman ese miedo que muchos le hemos tenido a alguna muñeca vieja.

Sí. También lloré. Pienso que el aporte más interesante de esta entrega son las intervenciones de los niños, la manera en que al inicio se recrea un día de juegos de parte de Andy, aún chico; el recuento en video de sus momentos con los juguetes y, sobre todo, esa parte mágica en la que juega Bonnie, una niña de cuatro años, interactúa con sus muñecos. Al final, esta es la parte realista, donde los juguetes no cobran vida, pero ella se encarga de hacerlo a través de su imaginación desbordada. Esa escena se convierte en algo de lo más conmovedor, sin trucos, sin sentimentalismos hechos a propósito. Imagino que el guionista se sentó a observar a su hija, la vio jugar como lo hace cualquiera, como lo hicimos todos, donde cada muñeco se convertía en varios personajes y donde una caja de cartón puede convertirse en una nave espacial. Para mí, ese es el mayor de los aciertos, lo más honesto de la película, porque al final todos jugamos así.

Al final, Andy se despide de sus juguetes al compartirlos con Bonnie. Él se da la oportunidad de jugar, imaginar, volar, ser el caballo de Andy, tirarse al zacate y volver a tener la edad de su amiguita, para después subirse a conducir un auto. Allí, Andy decidió volver a ser niño para nunca dejar de serlo y, a su vez, se despedió de una etapa de su vida.

Comparo, claro que lo hago. A mí, Toy Story 3 me parece la más honesta de las tres cintas y, además, me hace pensar en mi oso de borra, este enorme ciego que me acompaña desde que tengo tres meses de edad.


lunes, junio 21, 2010

Ciclo cerrado, 13 años después


Me atienden en la ventanilla de un banco. La cajera me dice que es urgente que me presente en la Preparatoria 7 porque debo pasar un examen de Biología. No estás acreditado, me dice. Alego que sí, que hasta terminé mi carrera. No le importa. Voy a esa escuela donde estudié y llego tarde a la prueba. Hay un silencio sepulcral. Me doy cuenta de que no estudié. Me entregan la hoja con las preguntas. No sé qué responder…

Se trata de un sueño recurrente, sólo variaba la materia y el grado. Podía suceder en la secundaria o en la universidad. Creo que este fin de semana terminé con eso.

Luego de 13 años de haber egresado de la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación del ITESO, acabo de recibir un certificado que dice que ya me titulé. Lo hice a través de una opción llamada RET, en la que debo entregar un reporte de experiencia profesional, una buena lana, hacer correcciones pertinentes con un asesor y concluir el trabajo en una agotadora pero interesante jornada de reflexión de fin de semana.

El sábado y domingo pasados, concluí. En la mesa de trabajo: la asesora Graciela Bernal -quien por cierto me impartió una materia cuando estudiaba-, el ingeniero en sistemas Yared Castellanos, el arquitecto Álvaro Preciado y el administrador de empresas Manuel Gutiérrez. Los tres, más o menos contemporáneos. Hablamos de nuestras experiencias, compartimos ideas y concluimos un documento en el que describimos (aunque no en detalle) lo que hemos hecho desde que egresamos. Entre algunas reflexiones, nos dispusimos a escribir un perfil profesional y delinear nuestros proyectos a mediano plazo. La idea de juntarnos de distintas carreras era encontrar puntos en común y enriquecer nuestro reporte con una visión más amplia. Me di cuenta de muchas cuestiones.

Al final, entendí que por más miedo que tenga, mi deseo (además de escribir) es abrir una empresa editorial. Y es que luego de toda la revisión me di cuenta de que tengo todo para hacerlo, excepto el dinero, claro, y que siempre le he sacado la vuelta a convertirme en empresario. Bien me dijo Fausto que no debo pensar en que no sé de administración, porque para eso hay personas que estudiaron y que a eso se dedican. Tiene razón. ¿Entonces? Ya lancé la moneda. Ahora lo que debo hacer es aprovechar el tiempo para comenzar. ¿Qué de malo puede suceder? ¿De dónde sacaré el capital? ¿Dónde encontraré a ese administrador? Nada de eso sé, pero si no le avanzo jamás lo sabré.

Por ahora me siento agradecido con mis compañeros de mesa por abrirme los ojos, con Ángela Godoy que me brindó apoyo moral y, sobre todo, con Graciela, quien hizo que me reconciliara con la institución. Hace muchos años (unos 10), me molesté con el ITESO porque luego de entregar mi proyecto de tesis, de que me lo alabaron y pagué la asesoría, nadie quiso ser mi asesor. En seis intentos, todos me rechazaron. Así que decidí mandar al carajo a la universidad y procuré, hasta donde pude, no volverme a parar. En fin, una década después del desaire y el berrinche, regresé para cerrar este ciclo que me permite abrir otros más.
*La foto es de aquellas épocas en las que hacía teatro en el ITESO. Nótese la barbita. ¿Alguien se acuerda? Hace casi 14 años.

martes, junio 15, 2010

Separación

Papá se va
triste
recuerdo por qué
nos deja
pero no
nos deja
y dice
que nos verá cada semana

yo sé por qué se separan
pero no se lo cuento
a nadie
ni a mi
cuaderno donde escribo
ahora

los dos están tristes
los tres estamos tristes
también mi hermano
está triste

mi abuela dice
algo que dice
que entenderé después:

los que se dejan
se quedan sin el otro
y a veces
sin uno mismo


*Poema antologado en "La mujer rota", Ed. Literalia, 2008. Se lo escribí a Valeria, una amiguita de entonces 8 años que recién vivía el divorcio de sus papás.

miércoles, junio 09, 2010

Presentación para Las cosas imposibles


Texto leído en la presentación del libro para niños "Las cosas imposibles", de Teresa Aguilera, el pasado viernes 4 de junio en el Museo Regional de Guadalajara.


Hoy me desperté. Me estiré. Me volví a acostar. Me rasqué la cabeza, las costillas, y salí a buscar comida. Me puse a oler qué encontraba en la cocina y descubrí algo delicioso: una lata de atún abierta en el bote de la basura. La saqué, metí la lengua en ella y lamí todo ese delicioso pescado que había todavía en las paredes de la lata. Luego busqué qué más encontraba en el bote y mordí un pescuezo de pollo. ¡Eso me encanta!


Después salí a la calle. Una señora me tiró una patada porque me puse a olerle la cola. La verdad es que yo debía estar enojado, no ella, porque la verdad, le olía espantoso la cola, como a cebolla podrida. Fui a la tienda, le ladré a la muchacha que atiende y me lanzó al piso un pedazo de tocino. ¡Eso me encanta!... El tocino, digo… y la muchacha también, porque a ella si le huele bonito la cola y es amable conmigo. Ya de agradecimiento saqué mi lengua enorme y le lamí la cara. Le dio risa.


Entonces caminé al parque, donde me encontré una pelota roja, la sujeté con las patas, la mordí y se la llevé a un niño, se la puse en los pies y me la lanzó lejos. ¡Eso me encanta! Corrí por ella y se la traje. Así estuvimos un rato hasta que me cansé. Ya después oriné en un árbol, en otro, en un poste, y regresé a mi casa.


Hoy, desperté perro.


*


Teresa Aguilera me invitó a hacer este ejercicio a través de su libro Las cosas imposibles.


Lo confieso, lo leí mal. No lo leí como debía ser. Me lo aventé de corridito y eso no se hace con este libro. Primero pensé que era un libro de cuentos, pero me equivoqué. Y nada más porque les tenía que platicar de qué se trata, lo leí rápido. Ni modo. La verdad es que este libro NO ES DE CUENTOS, es de… pues… de eso, de cosas imposibles. Sí, como dice el título. ¿Por qué? Pues porque cada texto habla de algo distinto: de la naturaleza, de las letras y hasta de filosofía y salud. De todo eso habla pero con una línea muy marcada de fantasía.


Por ejemplo. ¿Saben por qué hay que lavarse los dientes? Pues es oobvio. Uno debe lavarse los dientes porque con el olor de la boca, cuando no nos los lavamos, podemos hasta matar a los pajaritos. Así es.


Mientras leí Las cosas imposibles, no pude evitar acordarme de otro libro que me gusta mucho que se llama Gramática de la fantasía, de Gianni Rodari, donde el escritor, igual que Tere, busca conectar al lector con el libro, pero no sólo con cada página, sino con el mundo exterior y el interior. Es decir, con la imaginación que todos llevamos adentro, como esa luz que nos ayuda a resolver problemas todos los días. Así fue como descubrí que este no es un libro de cuentos, Las cosas imposibles ES UNA MÁQUINA DE IMAGINAR.


Yo, no me quiero extender más porque tengo mucha tarea. Tere me encargó varias cosas: atravesar la galaxia con unos patines de propulsión a chorro (aunque patinando llegué al baño, me dio chorro ahí y vi estrellitas de toda la galaxia por todas partes, así que esa tarea ya la hice, no sé si ya cumplí con eso), pero sí me falta convertirme en canica de cristal, conseguir una caja gigante para recorrer los siete mares y un mapa para navegarlos, ah, y bailar como sapo (eso ya aprendí, mi amigo Cachu me enseñó), también debo aprender a bailar como loro y como piojo.

Nada más quiero cerrar esta presentación de mi parte, comentándoles que un libro como Las cosas imposibles nos enseña a poner atención a todo lo que sucede alrededor, en las cosas grandes y pequeñas. Yo ya me puse a ver las hormigas, las seguí hasta llegar a la Secundaria Técnica y Artística No. 3 para hormigas, donde dejé mi solicitud y aunque no salí en listas, no me importa, yo las seguiré observando para ver qué más hacen. Espero que ustedes lo hagan a partir de que conozcan cada uno de los textos que, como dije, hay que leer despacito para seguir las instrucciones.

Gracias

*La foto me la pasó Zulma. Me puse peluca porque el libro indica que es de buena educación usarla.

lunes, junio 07, 2010

Presentación para La abuela de pelo rosa



Texto que leí el sábado 29 de mayo en la Librería "José Luis Martínez" del Fondo de Cultura Económica, acerca del libro de Tessie Solinís.









  • Mi abuela me enseñó a persignarme. Me decía que si hacía mal la señal de la cruz, por ahí se podía colgar un diablito.


  • Mi abuela inventaba historias donde un niño que se llamaba Javier, como yo, era el héroe, y donde un gato como el que ella tenía, vencía al monstruo.

  • Mi abuela me compraba historietas de El Hombre Araña y de Porky, y sopas de letras donde me enseñó técnicas para encontrar palabras. Nadie me gana en eso.

  • Mi abuela nos ponía a competir en la comida de los sábados, cuando nos reuníamos en su casa, para ver quién se terminaba la sopa de estrellitas primero. No había nada mejor en el mundo que decir: “¡terminé!”. Y ganar para que nos diera el premio mayor: “Uuuun aplaaaausoooo… ¡Braaaavooooo!”.

  • Cuando me quedaba en su casa, el domingo por la mañana mi abuela me hacía café con leche, donde me enseñó a sopear una sema. Luego nos íbamos a la calle a repartir la hojita parroquial a las casas del barrio. Me decía: “Yo toco y tú gritas ¡La hojita parroquiaaaal”.

  • Mi abuela corría para que no nos ganaran los carritos chocones cuando había llevada de la Virgen en San Onofre.

  • Mi abuela se inventaba una canción para cada uno de sus nietos. “Patito, patito color de café, si tú no me quieres yo ya se por qué”, para Hugo; “En un bosque, de la china, un chinito se perdió”, para César; “Ay Lilí, ay Lilí, ay Lilí, ay Lalá”, para Lidia y a mi me cantaba: “Lero, lero, lero, calzones de cuero. Lero, lero, lero, calzones de cuero”.



De las abuelitas podemos contar mil historias. Una escritora me dedicó hace años un libro. En él decía: “Para Francisco, que también tuvo una abuela lectora como yo”. Esa escritora era María Casparius, la mamá de Tessie.
Tessie es mi amiga. Nos conocemos hace 14 años. Y ella, supo cómo contar la historia de una abuela, la mejor de todas. Y es que todos podemos decir siempre que nuestra mamá es la mejor, o que nuestra abuelita es la mejor.
La abuela de pelo rosa nos hace recordar a nuestra abuelita. La que nos llevaba a los juegos, la que nos consentía, la que nos enseñó a limpiarnos la cola después de ir al baño, la que nos limpiaba la cara con saliva en su pañuelo.
Cuando yo leí La abuela de pelo rosa también me quedé pensando en las nuevas abuelitas. En mi mamá, por ejemplo, quien tiene cuatro nietos de los que siempre habla con mucho amor. Y si están ellos… les puedo confesar que tienen una abuelita más o menos como la de este libro. Porque ella salía de campamento, caminaba horas, subía montañas y hacía rapel. También tienen una abuela extrema.
Ser abuelita no implica tanta responsabilidad como ser mamá. Las abuelitas cocinan lo que les gusta y lo hacen rico, nos quieren, nos apapachan, nos defienden de las garras de nuestros papás cuando nos regañan o nos quieren pegar. En fin. Hay abuelitas de todo tipo y todas valen la pena, aunque algunas sean gruñonas.
Para mí es un honor presentar este libro. Y también es una sorpresa conocer el trabajo de Guillermo Castellanos. Mi abuelita alguna vez nos compró plastilina para divertirnos en su casa. Lo hizo sólo una vez porque le dejamos el piso embarrado. Pero es divertido ver cómo Guillermo se divierte con sus plastilinas. No sé si deja embarrado el piso o no.
La ilustración en plastilina no es muy común, sugiere varias dificultades para poderse fotografiar y eso le da un mérito mayor a este trabajo. Pero, en este caso, lo importante es la calidad de sus figuras, la calidez con que las hace y ese tono simpático y fino que nos roba una sonrisa en cada detalle.
Luego de que leí el libro, a mí me dieron ganas de comprar mis barras de plastilina para hacer figuras. Hice dos, bueno, no me salieron muy bonitas, pero estoy seguro de que a muchos niños y niñas de aquí les pueden salir mejor.
La abuela de pelo rosa va más allá de contar una historia. Algo que le respeto y admiro a Tessie en su trabajo es que en cada historia nos enseña algo. En este caso, nos regresa la dignidad hacia los abuelos, para que los respetemos, para que entendamos que son las personas más sabias de este mundo y, por otra parte, le recuerda a los abuelos que no se olviden de nosotros, de sus nietos, de sus niños y que por favor, nunca, jamás, se olviden de contarnos sus historias, no importa si las inventan o son reales, o si no tienen mucha práctica. A nosotros, siempre nos gustan.
Ah, me acabo de dar cuenta. La abuela de pelo rosa no es la historia más importante: es el pretexto para que los niños le pidamos a nuestro abuelito y a nuestra abuelita, que nos cuenten esa historia que tienen guardada.