Texto que leí el sábado 29 de mayo en la Librería "José Luis Martínez" del Fondo de Cultura Económica, acerca del libro de Tessie Solinís.
- Mi abuela me enseñó a persignarme. Me decía que si hacía mal la señal de la cruz, por ahí se podía colgar un diablito.
Mi abuela inventaba historias donde un niño que se llamaba Javier, como yo, era el héroe, y donde un gato como el que ella tenía, vencía al monstruo.- Mi abuela me compraba historietas de El Hombre Araña y de Porky, y sopas de letras donde me enseñó técnicas para encontrar palabras. Nadie me gana en eso.
- Mi abuela nos ponía a competir en la comida de los sábados, cuando nos reuníamos en su casa, para ver quién se terminaba la sopa de estrellitas primero. No había nada mejor en el mundo que decir: “¡terminé!”. Y ganar para que nos diera el premio mayor: “Uuuun aplaaaausoooo… ¡Braaaavooooo!”.
- Cuando me quedaba en su casa, el domingo por la mañana mi abuela me hacía café con leche, donde me enseñó a sopear una sema. Luego nos íbamos a la calle a repartir la hojita parroquial a las casas del barrio. Me decía: “Yo toco y tú gritas ¡La hojita parroquiaaaal”.
- Mi abuela corría para que no nos ganaran los carritos chocones cuando había llevada de la Virgen en San Onofre.
- Mi abuela se inventaba una canción para cada uno de sus nietos. “Patito, patito color de café, si tú no me quieres yo ya se por qué”, para Hugo; “En un bosque, de la china, un chinito se perdió”, para César; “Ay Lilí, ay Lilí, ay Lilí, ay Lalá”, para Lidia y a mi me cantaba: “Lero, lero, lero, calzones de cuero. Lero, lero, lero, calzones de cuero”.
De las abuelitas podemos contar mil historias. Una escritora me dedicó hace años un libro. En él decía: “Para Francisco, que también tuvo una abuela lectora como yo”. Esa escritora era María Casparius, la mamá de Tessie.
Tessie es mi amiga. Nos conocemos hace 14 años. Y ella, supo cómo contar la historia de una abuela, la mejor de todas. Y es que todos podemos decir siempre que nuestra mamá es la mejor, o que nuestra abuelita es la mejor.
La abuela de pelo rosa nos hace recordar a nuestra abuelita. La que nos llevaba a los juegos, la que nos consentía, la que nos enseñó a limpiarnos la cola después de ir al baño, la que nos limpiaba la cara con saliva en su pañuelo.
Cuando yo leí La abuela de pelo rosa también me quedé pensando en las nuevas abuelitas. En mi mamá, por ejemplo, quien tiene cuatro nietos de los que siempre habla con mucho amor. Y si están ellos… les puedo confesar que tienen una abuelita más o menos como la de este libro. Porque ella salía de campamento, caminaba horas, subía montañas y hacía rapel. También tienen una abuela extrema.
Ser abuelita no implica tanta responsabilidad como ser mamá. Las abuelitas cocinan lo que les gusta y lo hacen rico, nos quieren, nos apapachan, nos defienden de las garras de nuestros papás cuando nos regañan o nos quieren pegar. En fin. Hay abuelitas de todo tipo y todas valen la pena, aunque algunas sean gruñonas.
Para mí es un honor presentar este libro. Y también es una sorpresa conocer el trabajo de Guillermo Castellanos. Mi abuelita alguna vez nos compró plastilina para divertirnos en su casa. Lo hizo sólo una vez porque le dejamos el piso embarrado. Pero es divertido ver cómo Guillermo se divierte con sus plastilinas. No sé si deja embarrado el piso o no.
La ilustración en plastilina no es muy común, sugiere varias dificultades para poderse fotografiar y eso le da un mérito mayor a este trabajo. Pero, en este caso, lo importante es la calidad de sus figuras, la calidez con que las hace y ese tono simpático y fino que nos roba una sonrisa en cada detalle.
Luego de que leí el libro, a mí me dieron ganas de comprar mis barras de plastilina para hacer figuras. Hice dos, bueno, no me salieron muy bonitas, pero estoy seguro de que a muchos niños y niñas de aquí les pueden salir mejor.
La abuela de pelo rosa va más allá de contar una historia. Algo que le respeto y admiro a Tessie en su trabajo es que en cada historia nos enseña algo. En este caso, nos regresa la dignidad hacia los abuelos, para que los respetemos, para que entendamos que son las personas más sabias de este mundo y, por otra parte, le recuerda a los abuelos que no se olviden de nosotros, de sus nietos, de sus niños y que por favor, nunca, jamás, se olviden de contarnos sus historias, no importa si las inventan o son reales, o si no tienen mucha práctica. A nosotros, siempre nos gustan.
Ah, me acabo de dar cuenta. La abuela de pelo rosa no es la historia más importante: es el pretexto para que los niños le pidamos a nuestro abuelito y a nuestra abuelita, que nos cuenten esa historia que tienen guardada.
La abuela de pelo rosa nos hace recordar a nuestra abuelita. La que nos llevaba a los juegos, la que nos consentía, la que nos enseñó a limpiarnos la cola después de ir al baño, la que nos limpiaba la cara con saliva en su pañuelo.
Cuando yo leí La abuela de pelo rosa también me quedé pensando en las nuevas abuelitas. En mi mamá, por ejemplo, quien tiene cuatro nietos de los que siempre habla con mucho amor. Y si están ellos… les puedo confesar que tienen una abuelita más o menos como la de este libro. Porque ella salía de campamento, caminaba horas, subía montañas y hacía rapel. También tienen una abuela extrema.
Ser abuelita no implica tanta responsabilidad como ser mamá. Las abuelitas cocinan lo que les gusta y lo hacen rico, nos quieren, nos apapachan, nos defienden de las garras de nuestros papás cuando nos regañan o nos quieren pegar. En fin. Hay abuelitas de todo tipo y todas valen la pena, aunque algunas sean gruñonas.
Para mí es un honor presentar este libro. Y también es una sorpresa conocer el trabajo de Guillermo Castellanos. Mi abuelita alguna vez nos compró plastilina para divertirnos en su casa. Lo hizo sólo una vez porque le dejamos el piso embarrado. Pero es divertido ver cómo Guillermo se divierte con sus plastilinas. No sé si deja embarrado el piso o no.
La ilustración en plastilina no es muy común, sugiere varias dificultades para poderse fotografiar y eso le da un mérito mayor a este trabajo. Pero, en este caso, lo importante es la calidad de sus figuras, la calidez con que las hace y ese tono simpático y fino que nos roba una sonrisa en cada detalle.
Luego de que leí el libro, a mí me dieron ganas de comprar mis barras de plastilina para hacer figuras. Hice dos, bueno, no me salieron muy bonitas, pero estoy seguro de que a muchos niños y niñas de aquí les pueden salir mejor.
La abuela de pelo rosa va más allá de contar una historia. Algo que le respeto y admiro a Tessie en su trabajo es que en cada historia nos enseña algo. En este caso, nos regresa la dignidad hacia los abuelos, para que los respetemos, para que entendamos que son las personas más sabias de este mundo y, por otra parte, le recuerda a los abuelos que no se olviden de nosotros, de sus nietos, de sus niños y que por favor, nunca, jamás, se olviden de contarnos sus historias, no importa si las inventan o son reales, o si no tienen mucha práctica. A nosotros, siempre nos gustan.
Ah, me acabo de dar cuenta. La abuela de pelo rosa no es la historia más importante: es el pretexto para que los niños le pidamos a nuestro abuelito y a nuestra abuelita, que nos cuenten esa historia que tienen guardada.
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