miércoles, diciembre 22, 2010

Previo a "La ruta de los niños en el Paisaje Agavero. Un diario de viaje"

Este texto me lo encargó Ana Lucía González, para incluirlo en su reporte a la Secretaría de Cultura. El libro se publicará en enero. Lo transcribo tal cual es:

La cultura infantil en México se ha desarrollado de la mano del mercado editorial y las instituciones. A pesar de que su motor es, en buena parte, comercial y política, poco a poco ha dejado atrás aquella preocupación proteccionista que veía a la infancia de la mano de la inocencia y la ternura, para mostrar el mundo tal y como es. Los niños son una realidad, viven, no son ciudadanos del futuro, son habitantes del presente y observan, se preocupan, piensan, reflexionan.

Este proyecto, para el que se unieron la Ruta del Tequila y la Secretaría de Cultura, no sólo es una muestra de voluntad política movida por preocupaciones comunes, sino una manera de acercarse a la comunidad de una región (como todas en México) llena de riquezas, pero con un capital humano y natural que la ha catapultado a la vitrina internacional.

Una región como la que rodea al Volcán de Tequila, ha comprendido poco a poco que el turismo trae beneficios a sus hogares. Y quizás lo que le falte comprender es que esta gente llega a visitarlos por su historia, por ese patrimonio que tiene su base en la vida cotidiana.

Por todo lo anterior, ha sido para mí de un aprendizaje invaluable participar en el proyecto al lado de Ana Lucía González y Margarita Arana. Quienes me invitaron a ser parte con lo creativo para llevar la experiencia a un libro, a algo tangible capaz de pasar de mano en mano y de oreja en oreja.

En más de diez años de trabajo como promotor de cultura infantil y en la parte editorial, me había encontrado con esfuerzos valiosos donde las instituciones dan voz a los niños a través de textos o dibujos para llevarlos a publicaciones. Sin embargo, he notado que esta preocupación terminan por ser enriquecedora para la pequeña muestra de quien participa y para algunos adultos que encuentran algo valioso por el esfuerzo que representa. Sin embargo, estos libros no se quedan en el gusto de los niños. Se quedan en el área de lo políticamente correcto. Los niños reconocen algo de calidad, de valor estético en el primer instante.

Fue por eso que buscamos un producto híbrido que en lo visual contara con la calidad de un profesional, con intervenciones de los niños de la región. El libro que trabajamos es un experimento, un riesgo que valía la pena correr, donde se pueda ofrecer algo atractivo para ellos sin dejar de lado la participación de la muestra de niños de los municipios de Teuchitlán, Ahualulco, Etzatlán, Tequila, Magdalena, El Arenal y Amatitán, ni el elemento educativo que parte de su reflexión.

La metodología planteada por Ana Lucía fue fundamental para no perder la brújula y, sobre todo, para no cargar todo el peso hacia lo institucional y ser congruentes con el objetivo de dar voz a los niños, hacerlos reflexionar acerca del valor de su patrimonio y regresarles esa experiencia a través de un libro.

Para mí como escritor ha sido de mucho aprendizaje trabajar en equipo, tener una sombra que cuida cada línea para no perder el sentido de las cosas. Como editor me queda claro que, por lo general, para un autor y un ilustrador es muy difícil aceptar que se les intervenga en su labor. Sin embargo, abrir los sentidos hacia los niños para dejarlos entrar en el trabajo personal, dota de una vitalidad que en pocas ocasiones se puede obtener.

lunes, diciembre 06, 2010

Scott Pilgrim vs. The world


Sorprendido. Con mucho qué decir. Complacido. Estimulado. Contento. Fan. Así terminé al salir del cine después de ver Scott Pilgrim vs. Los ex de la chica de sus sueños (Scott Pilgrim vs. The world). Un domingo cualquiera, como todos, recibo la invitación de Elizabeth para ir a verla. Ella me dice: “te va a gustar mucho. Ya la fui, pero quiero ir de nuevo”. Desde entonces tuve la sospecha de que sería una buena elección.
Me reconozco ignorante acerca de la serie de Scott Pilgrim (historieta situada entre el manga y cómic gringo del canadiense Bryan Lee O’Malley), y quizás por eso vi la película con todas las libertades que puede tener un neófito.
Scott Pilgrim es un chico de 20 que toca en una banda, tiene una novia de 17 años pero está enamorado de una mayor que él (típico). Sin embargo, para poder estar con ella, necesita vencer a sus siete exnovios (hasta aquí todo parece una comedia romántica de adolescentes). El asunto es cómo se cuenta la historia.
Hace años que el lenguaje de la historieta alimenta al cine y, en el mejor de los casos, lo lleva a otro nivel (existen casos como Sin City o Hellboy). Sin embargo, el director Edgar Wright (Zombies Party) decide divertirse, jugar con los cortes de las viñetas, olvidarse de la estructura lineal, despreocuparse del sentido del tiempo, convertir la autocensura en una arma, caminar sin tapujos entre la realidad y la fantasía al grado de jamás dejar claro cuándo es una y otra (no tiene caso) y retratar a una generación mediática como la actual.
Scott, un muchacho común, vive frente a la casa de sus papás con su amigo gay, duerme con él sin serlo (no tiene por qué ser así) y eso no asombra, es de lo más cotidiano, como la bisexualidad, como conectarse a internet, como tocar en una banda, como jugar videojuegos. Ha tenido muchas relaciones, todas fallidas, y se siente incapacitado para decir la palabra “amor”. A lo largo de la cinta, las onomatopeyas, propias del cómic, aparecen una y otra vez, y las peleas con los “ex” se convierten en luchas al estilo Street Figther. Los vencidos, claro está, representan puntos y, lógico, monedas (coins) del tipo de Mario Bros.
La banda sonora es, en gran medida, música punk y es inevitable recordar en repetidas ocasiones a grupos como Pixies y The Ramones (no por nada la chica de la que se enamora Scott se llama “Ramona”). Y uno de los momentos memorables es un enfrentamiento entre la banda de Scott (Sex Bob-omb) y un par de DJ’s.
Reconozco que evaluaba a Toy Story 3 como mi película del año. Para mí, Scott Pïlgrim vs. The world (suena mejor que en español) se la llevó. Es una película que sorprende más y más, que hace reír y hace pensar, donde el tema del amor propio (fundamental en terapia) es tratado de una forma que nunca había visto. Puedo decir también que es una cinta de culto, de época, como en los 90 lo fue Trainspotting y que pocas veces, al salir de la sala, me he sentido así de conmovido.
Hay que ir, pero ya... Dudo que en Guadalajara esté más allá del jueves.