Mis últimos días en Tequila se fueron sin que me diera cuenta. Me ocupé. Dediqué tres días casi completos a empacar y el último fin de semana vendí parte de mis libros. ¿No te dolió? Me preguntan en repetidas ocasiones. La verdad es que no. Luego de ver los rostros de quienes se los llevaron, me di cuenta de que en realidad los dejé ir y estoy seguro de que recuperaron su valor en otras manos. Así sucede cuando dejamos fluir, cuando permitimos que aquello que aseguramos nos pertenece, le damos la oportunidad de encontrar un mejor sitio.
Elegí un 40% de la totalidad de mis libros. Muchos de ellos seguían envueltos. Tres o cuatro años después de adquirirlos no los leí. Nunca lo haré. ¡Vas a terminar por comer libros!, dice mi madre. Esta vez entendí como nunca; armé un estante, puse tres libreros pequeños y puse un anuncio en la ventana que da a la calle de la casa que habité durante tres años. Así llegó una familia. Vecinos que nunca conocí y que tenían intereses comunes a los míos. Se llevaron los primeros libros. Luego de ellos llegaron las de al lado de mi casa, el maestro de pintura del pueblo, una promotora de la Ruta del Tequila, su amiga, y más personas. Sábado y domingo arribaron quienes debían aparecer. Al final, recaudé mucho más de lo que imaginaba y no sólo en cuanto a lo monetario. Me di cuenta de que en otra casa, dejaría esos libros en una caja, amontonados, distantes de la dignidad que merecían. Esta vez llegaron a buenos ojos.
Eloisa llegó el miércoles. Era el día de la mudanza. Cajas, cinta canela, marcador, bolsas negras. Tiré muchos objetos que no necesitaría; rematé refrigerador, litera y regalé la estufa, así como la vieja recámara que tenía. Cajas y bolsas salieron de casa, se quedaron, y obvio, me traje todo lo que aprendí en los tres años más intensos de mi vida.
Esta noche hace frío. Escribo desde el Chai del Centro mientras tengo internet en casa y reaprendo a cruzar 16 de Septiembre, a caminar por Maestranza, Colón, Juárez, Chapultepec. Me vuelvo a acostumbrar a otra manera de andar, de ver, de hablar, de comer, a los espacios, y no voy a negarlo: Esta ciudad me gusta, siempre me ha gustado y poco a poco recuerdo por qué.
Tengo el piso de arriba del departamento de Manzano hecho un desastre. Así será mientras termino de arreglar hasta hacerlo habitable. Esta vez comparto espacio y viene bien. Me he vuelto algo ermitaño. Lo que sigue es darle tiempo, de calidad y con disciplina, a mis textos, no olvidar que soy escritor antes de ser empleado, y reencontrarme con los amigos que me siguen guardando un espacio.
Estoy de regreso.
Elegí un 40% de la totalidad de mis libros. Muchos de ellos seguían envueltos. Tres o cuatro años después de adquirirlos no los leí. Nunca lo haré. ¡Vas a terminar por comer libros!, dice mi madre. Esta vez entendí como nunca; armé un estante, puse tres libreros pequeños y puse un anuncio en la ventana que da a la calle de la casa que habité durante tres años. Así llegó una familia. Vecinos que nunca conocí y que tenían intereses comunes a los míos. Se llevaron los primeros libros. Luego de ellos llegaron las de al lado de mi casa, el maestro de pintura del pueblo, una promotora de la Ruta del Tequila, su amiga, y más personas. Sábado y domingo arribaron quienes debían aparecer. Al final, recaudé mucho más de lo que imaginaba y no sólo en cuanto a lo monetario. Me di cuenta de que en otra casa, dejaría esos libros en una caja, amontonados, distantes de la dignidad que merecían. Esta vez llegaron a buenos ojos.
Eloisa llegó el miércoles. Era el día de la mudanza. Cajas, cinta canela, marcador, bolsas negras. Tiré muchos objetos que no necesitaría; rematé refrigerador, litera y regalé la estufa, así como la vieja recámara que tenía. Cajas y bolsas salieron de casa, se quedaron, y obvio, me traje todo lo que aprendí en los tres años más intensos de mi vida.
Esta noche hace frío. Escribo desde el Chai del Centro mientras tengo internet en casa y reaprendo a cruzar 16 de Septiembre, a caminar por Maestranza, Colón, Juárez, Chapultepec. Me vuelvo a acostumbrar a otra manera de andar, de ver, de hablar, de comer, a los espacios, y no voy a negarlo: Esta ciudad me gusta, siempre me ha gustado y poco a poco recuerdo por qué.
Tengo el piso de arriba del departamento de Manzano hecho un desastre. Así será mientras termino de arreglar hasta hacerlo habitable. Esta vez comparto espacio y viene bien. Me he vuelto algo ermitaño. Lo que sigue es darle tiempo, de calidad y con disciplina, a mis textos, no olvidar que soy escritor antes de ser empleado, y reencontrarme con los amigos que me siguen guardando un espacio.
Estoy de regreso.
1 comentario:
¡Hijolas! pues que gusto me da que estes de retorno. Espero pronto bebamos cafe juntos.
P.D. Ya necesito la estufa (la que regalaste)
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