jueves, mayo 12, 2011

Fotos






Rocío Lomelí me citó en un café para platicar de su proyecto. Se trataba de una exposición de fotografía en Lagos de Moreno. Necesito un texto de sala, me dijo. Observe sus fotos, me agradaron, charlamos acerca de su trabajo, de por qué tomar imágenes debajo del agua, intercambiamos impresiones y me llevé tarea. En casa hice apuntes, intenté encontrar a la persona debajo de lo que dice, creí encontrarla y me puse a escribir. Ausencias, se llamaba la muestra que poco después inauguró en una pequeña galería. Fue un éxito.
Así comenzó un intercambio. Hice lo que sé hacer: escribir, a cambio de lo que ella sabe hacer: fotografía. Su tiempo contra mi tiempo. Los dos quedamos satisfechos. Como "cambalache", Rocío me hizo un estudio de fotografía. Jamás me imaginé que yo haría uno. Pero sentí que era el mejor momento. Le expliqué que nunca me he sentido tan bien conmigo, y tampoco recuerdo haberme querido tanto como en esta época. Quiero que marque un inicio, le dije. Además de que siempre sirve tener fotos a la mano, más allá que las de reuniones sociales y las de cabina. Deseaba unas fotos donde me viera bien, donde me gustara.
Fuimos al Parque Agua Azul, para trasladarme a esos paseos a los que me llevaban mis papás cuando era niño, cuando vivía en Gigantes, cuando todavía era el zoológico de la ciudad y la sede de Fiestas de Octubre, cuando había un laguito y patos. Me vi de cinco años, de cuatro. Y entre quinceañeras que coqueteaban con la cámara para la foto de ingreso a su fiesta, Rocío hizo su parte: me tiró al piso, me hizo volar, colgué los pies del columpio, reí en la resbaladilla, mordí una soga, me senté en el foro infantil, recordé que antes se presentaban obras de teatro, viajé al pasado, me sentí galán, sonreí, me dejé acompañar por Anna.
Días después, Rocío me entregó una cajita con fotos mías en la portada. Los colores cálidos son una constante, abrí los documentos del disco en cuanto llegué a casa y me sentí soñado al ver más de 100 imágenes que me encantaron. Fue un maravilloso regalo, de esos en los que el amor propio se manifiesta para abrazarme. Sentí lo que quizás mi fotógrafa sintió al leer lo que le escribí. Fue un intercambio justo, profesional y del corazón.
Por lo pronto, una imagen ya fue publicada junto al texto que envié para que fuera publicado en una revista de Memphis. Se ve bien.

1 comentario:

Anónimo dijo...

corazon. Un Gran Hombre,es el que camina de frente,sin bajar la mirada,es aquel que no miente,y sabe llorar su dolor,. VUELA ALTO..ABRE TU CORAZON..NUNCA DEJES DE SO'NAR