miércoles, junio 20, 2007

Recordando a Antonio Aguilar


Cuando yo era niño, Cuca encendía su radio roja, de plástico con manijas negras. Sólo sintonizaba la amplitud modulada y jamás se movió de Radio Gallito, del “zeta – zeta”.
En días como hoy, Tabachines se llenaba de olores. Detrás de mi casa había un enorme lote que ya está poblado por completo, donde vivían tlacuaches y zorrillos que perfumaban la noche como a eso de las ocho. También en esa zona y en muchas calles, abundaban los guamúchiles que hospedaban a las chicharras y que hacían más intenso su aroma luego de las primeras lluvias. A Cuca la veía en esos lugares, con un gancho amarrado en una vara muy larga, con la que salía a cortar, para ofrecernos después de comer. Ella, a toda hora, escuchaba la radio donde aparecían voces cantantes que ahora me gustan como Las Jilguerillas, Chayito Valdés y desde ese entonces, la voz de Antonio Aguilar me llamó la atención.
Más adelante, cuando ya estaba en la prepa, la banda inició una moda abanderada por el propio cantante zacatecano, Joan Sebastian y agrupaciones como Banda Machos y Vaqueros Musical. Fue el tiempo de “Lamberto Quintero” y de “Tristes recuerdos”, canción con la que aprendí a bailar y el mejor pretexto para tener abrazadita a la chica que entonces me gustaba.
Cuando compré un casete que tenía a “La rica pobre”, Cuca moría de risa, sobre todo en el momento que dice: “en el rancho te conocían como Martiniana y ahora te cambiaste el nombre por el de Lucrecia, ah ay, cómo andarás’n”. Todo era una oportunidad para acercarme a esa señora que llegó de Tuxpan para hacernos felices con su “molito” que en realidad era cuachala, un mole anaranjado hecho con masa y chiles, delicioso.
Me queda claro que personajes como Antonio Aguilar, son referencias de muchos recuerdos. Cada quién tiene a sus cantantes, actores, o programas de tele.
Yo fui a verlo a la Plaza de Toros Nuevo Progreso. Iba con mi mamá, mi tía, mis hermanos, y ya no recuerdo quiénes más. Pero jamás olvido el espectáculo ecuestre, ni la manera como el viejillo veía a su esposa y hablaba de ella, “La Flor”. Se presentó entonces Pepe Aguilar a pie, porque según dijo tenía almorranas, jaja, y al final, ver a Don Antonio fue un deleite, de verdad. Pícaro, simpático, entregado… Ustedes perdonen, pero no me da pena decir que lo admiraba.
Aquí en Tequila conocí a los Franco, una familia que acompañó al cantante en sus presentaciones por todo el mundo. Ellos son charros que florean la reata y son bastante buenos. Incluso, Jesús, hijo de Alicia, va por los dos años y ya trabaja con ellos en el Tequila Express. En fin… Se fue el que para mí, era el mejor representante de la música ranchera, en vida.
Quedó pendiente (pero lo intenté) entrevistarlo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Aquellos recuerdos que provocan risas y nostalgias, aquellos anacronismos de la vida que te permiten entender la voz, que no la canción, frecuencias eternas de sonidos que simplemente se sienten...o se palpan con las ondas del corazón...y con ese otro músculo que no se si en realidad exista que es el que te permite captar esos disturbios del ambiente.
¿como no extrañar a ese emisor de sentimientos y reflexiones, risas y recuerdos vívidos de los desamores?
¿quien no quisiera tener tan sólo un caballo tan amado como los que nos presume?
Que envidia tener tanta capacidad de amar...
Gracias Javier por el relato...y no mencionar los sinsabores de los guamuchiles...jejeje