Sorprendido. Con mucho qué decir. Complacido. Estimulado. Contento. Fan. Así terminé al salir del cine después de ver Scott Pilgrim vs. Los ex de la chica de sus sueños (Scott Pilgrim vs. The world). Un domingo cualquiera, como todos, recibo la invitación de Elizabeth para ir a verla. Ella me dice: “te va a gustar mucho. Ya la fui, pero quiero ir de nuevo”. Desde entonces tuve la sospecha de que sería una buena elección.
Me reconozco ignorante acerca de la serie de Scott Pilgrim (historieta situada entre el manga y cómic gringo del canadiense Bryan Lee O’Malley), y quizás por eso vi la película con todas las libertades que puede tener un neófito.
Scott Pilgrim es un chico de 20 que toca en una banda, tiene una novia de 17 años pero está enamorado de una mayor que él (típico). Sin embargo, para poder estar con ella, necesita vencer a sus siete exnovios (hasta aquí todo parece una comedia romántica de adolescentes). El asunto es cómo se cuenta la historia.
Hace años que el lenguaje de la historieta alimenta al cine y, en el mejor de los casos, lo lleva a otro nivel (existen casos como Sin City o Hellboy). Sin embargo, el director Edgar Wright (Zombies Party) decide divertirse, jugar con los cortes de las viñetas, olvidarse de la estructura lineal, despreocuparse del sentido del tiempo, convertir la autocensura en una arma, caminar sin tapujos entre la realidad y la fantasía al grado de jamás dejar claro cuándo es una y otra (no tiene caso) y retratar a una generación mediática como la actual.
Scott, un muchacho común, vive frente a la casa de sus papás con su amigo gay, duerme con él sin serlo (no tiene por qué ser así) y eso no asombra, es de lo más cotidiano, como la bisexualidad, como conectarse a internet, como tocar en una banda, como jugar videojuegos. Ha tenido muchas relaciones, todas fallidas, y se siente incapacitado para decir la palabra “amor”. A lo largo de la cinta, las onomatopeyas, propias del cómic, aparecen una y otra vez, y las peleas con los “ex” se convierten en luchas al estilo Street Figther. Los vencidos, claro está, representan puntos y, lógico, monedas (coins) del tipo de Mario Bros.
La banda sonora es, en gran medida, música punk y es inevitable recordar en repetidas ocasiones a grupos como Pixies y The Ramones (no por nada la chica de la que se enamora Scott se llama “Ramona”). Y uno de los momentos memorables es un enfrentamiento entre la banda de Scott (Sex Bob-omb) y un par de DJ’s.
Reconozco que evaluaba a Toy Story 3 como mi película del año. Para mí, Scott Pïlgrim vs. The world (suena mejor que en español) se la llevó. Es una película que sorprende más y más, que hace reír y hace pensar, donde el tema del amor propio (fundamental en terapia) es tratado de una forma que nunca había visto. Puedo decir también que es una cinta de culto, de época, como en los 90 lo fue Trainspotting y que pocas veces, al salir de la sala, me he sentido así de conmovido.
Me reconozco ignorante acerca de la serie de Scott Pilgrim (historieta situada entre el manga y cómic gringo del canadiense Bryan Lee O’Malley), y quizás por eso vi la película con todas las libertades que puede tener un neófito.
Scott Pilgrim es un chico de 20 que toca en una banda, tiene una novia de 17 años pero está enamorado de una mayor que él (típico). Sin embargo, para poder estar con ella, necesita vencer a sus siete exnovios (hasta aquí todo parece una comedia romántica de adolescentes). El asunto es cómo se cuenta la historia.
Hace años que el lenguaje de la historieta alimenta al cine y, en el mejor de los casos, lo lleva a otro nivel (existen casos como Sin City o Hellboy). Sin embargo, el director Edgar Wright (Zombies Party) decide divertirse, jugar con los cortes de las viñetas, olvidarse de la estructura lineal, despreocuparse del sentido del tiempo, convertir la autocensura en una arma, caminar sin tapujos entre la realidad y la fantasía al grado de jamás dejar claro cuándo es una y otra (no tiene caso) y retratar a una generación mediática como la actual.
Scott, un muchacho común, vive frente a la casa de sus papás con su amigo gay, duerme con él sin serlo (no tiene por qué ser así) y eso no asombra, es de lo más cotidiano, como la bisexualidad, como conectarse a internet, como tocar en una banda, como jugar videojuegos. Ha tenido muchas relaciones, todas fallidas, y se siente incapacitado para decir la palabra “amor”. A lo largo de la cinta, las onomatopeyas, propias del cómic, aparecen una y otra vez, y las peleas con los “ex” se convierten en luchas al estilo Street Figther. Los vencidos, claro está, representan puntos y, lógico, monedas (coins) del tipo de Mario Bros.
La banda sonora es, en gran medida, música punk y es inevitable recordar en repetidas ocasiones a grupos como Pixies y The Ramones (no por nada la chica de la que se enamora Scott se llama “Ramona”). Y uno de los momentos memorables es un enfrentamiento entre la banda de Scott (Sex Bob-omb) y un par de DJ’s.
Reconozco que evaluaba a Toy Story 3 como mi película del año. Para mí, Scott Pïlgrim vs. The world (suena mejor que en español) se la llevó. Es una película que sorprende más y más, que hace reír y hace pensar, donde el tema del amor propio (fundamental en terapia) es tratado de una forma que nunca había visto. Puedo decir también que es una cinta de culto, de época, como en los 90 lo fue Trainspotting y que pocas veces, al salir de la sala, me he sentido así de conmovido.
Hay que ir, pero ya... Dudo que en Guadalajara esté más allá del jueves.
1 comentario:
Pues si mi Buen francisco, a veces uno ve las peliculas y se divierte, pero tu le encuentras detalles, que para muchos de nosotros pasan desapersibidos, despues de leer tu resumen,~~""que barbaro te felicito,""~~. hasta la proxima
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