“No le des mucho tiempo al destino / sabes que no existe
otro camino / mientras yo me voy de aquí / ¡ay te dejo estas molestias! / ¡sabes
que me gusta la Metanfeta!”, canta Juan Cirerol. El Salón Púrpura está casi
lleno, algunos corean, otros intentan bailar algo que no saben definir qué es. “Es
como el Bob Dylan mexicano”, opina alguno. “Es más Johnny Cash”, dice otro. Eso
explica por qué abrió el concierto una persona que interpretaba a Bob Dylan.
Pero, ¿no hay muchos que quieren parecerse a él? Entonces, ¿qué tiene de
auténtico o de especial este Juan Cirerol? ¿Cómo es que él solo, con un bajo
sexto y una armónica ha conseguido tantos seguidores y el visto bueno de
empresarios o críticos como para llevarlo al Vive Latino e incluirlo en la
lista previa de los Grammy Latinos como Best New Artist? Incluso vi un video
donde Alfonso André (Caifanes) lo espera como fan para tomarse una foto con él.
“Soy cantante de taquería”, dice. Y su personalidad ayuda,
claro está. Hace entrevistas borracho, admite que se empastilla, tiene una
canción donde habla de rolar la mota, pero, ¿es eso? Él mismo da respuestas.
Cita a Cornelio Reyna y en efecto, no hace la voz como Dylan ni como Cash, sino
como el vocalista de Los Relámpagos del Norte. Y aunque se nota la influencia
de la música country, rasguña el bajo sexto (instrumento que se usa para la
música norteña) muy al estilo de Miguel y Miguel, mientras con la armónica
busca sonidos similares a los del acordeón de Ramón Ayala. Entonces, ahí
encontramos cómo se arma este cantante que no oculta usos y modismos chicallis,
con letras que tienen algo de Jaime López y del desconocido César Hernández “Chícharo”.
¡Qué mezcla!
Claro está que, como con la música que encuentra el hippster,
la idea del norteño se queda en Los Tigres del Norte y eso se observa también en la versión
deslactosada light de Troker (¡estupendos músicos!, y lo digo en serio) que no cuentan
con esa formación arrabalera o sierreña que sí se puede notar en grupos como
Colectivo Nortec o Kinky.
Escuchar a Juan Cirerol es contar con una esperanza de que
algo nos salva del rock afresado que escuchamos por todas partes, y no hay más
que comprender que los ingredientes ahí están, como en una cocina. No hay nada
nuevo.
“Todo está fain”, diría este músico luego de beber una
caguama bañado en sudor.