viernes, mayo 30, 2014

Se cierra el ciclo de UVM



Tenía 22 años, estudiaba la licenciatura y estaba molesto porque me levantaba cada día a las 5 de la mañana para trabajar y así pagar mi carrera mientras el Iteso mostraba un nivel muy bajo, bajísimo, en algunos profesores. No recuerdo el nombre de la mayoría de ellos ni lo que impartían, y a la distancia me doy cuenta de que, en verdad, no tenían idea de lo que hacían. Entonces observé que muchos no salieron al mundo porque estudiaron y en esa misma burbuja los emplearon para impartir clases, para vendernos espejitos o hablar de sí mismos.  Quiero hacerlo yo, pensaba, quiero mejor profesor que ellos pero después de 10 años de trabajar afuera para tener algo qué ofrecer.

Luego de  tres años de vivir en Tequila, regresé a Guadalajara con la idea de trabajar proyectos personales y dedicarle tiempo a la docencia a nivel licenciatura. A 14 años de egresar, la oportunidad llegó con Martha, quien me abrió la puerta para trabajar con estudiantes de Diseño Gráfico en el Campus Guadalajara Sur de la Universidad del Valle de México, a un costado del Iteso, por cierto. Pero… ¿diseño? ¿Qué tiene qué enseñar un comunicólogo a diseñadores? Me pregunté. Ella misma me animó a hacerlo desde mi criterio y mi experiencia como editor y periodista.

Taller de Comunicación, fue la asignatura. Podía hablar de arte, de cine, de diseño y sobre todo ser yo mismo, como me recomendó Vida al encontrarla en los pasillos de la escuela. Con todo el pánico escénico que aparece antes de cada clase, con un grupo de estudiantes inteligentes, inquietos y creativos, con una laptop prestada y un proyector que no quería funcionar, hice lo que pude para que aquella primera clase fuera significativa para mis alumnos… Y así seguí, entre personalidades que venían desde el deportista galán hasta la profesional en cosplay, desde el obsesivo por la perfección hasta el que siempre tuvo sueño, desde la mirada desconfiada hasta la entrañable. Cada día, desde entonces, se convirtió en un reto constante en el que debía aprender más, estar al día, abrir os ojos y las orejas para reconocer las inquietudes y las necesidades de mis alumnos; rompí con el programa para abordar lo que ellos requerían más y procuré estar al pendiente de sus preocupaciones. Intenté ser el profesor que quise tener en la universidad y en el camino me equivoqué, después acerté, luego cometí errores y traté de corregirlos. Nunca dejé de aprender.
Me vi en los chicos de Comunicación,  aprendí de honestidad con los de Arquitectura, me sorprendí con los de Diseño Industrial, me reencontré con los de Gráfico, pero en todos los casos me apasioné hablando de profesionalismo, de cómo es el ingreso a lo laboral, de lo importante que es encender una antena para contemplar de manera distinta, de que sí pueden transformar su entorno y contribuir a mejorar el mundo a partir de lo que hacen.

Hoy es mi último día aquí. Vengo a entregar calificaciones y a ver (en muchos casos por última vez) a mis alumnos. Sólo espero  haber dejado algo en ellos, en uno al menos. Deseo que se suelten, que sean libres, que aprovechen cada momento en la universidad, que se diviertan siempre con lo que hacen, que se apasionen y dejen de ser tibios, que abran los ojos y reflexionen, indaguen y cuestionen todo, que sean críticos y sean quienes jalen a sus profesores sin esperar a ser jalados por ellos, que trabajen porque ese es el único medio para llegar a la inspiración y la creatividad.

En 10 días estaré lejos, en otra ciudad, en otro país, frente a un nuevo reto, como me gusta, moviéndome como lo hago en cada proceso, pero convencido de que quiero regresar a las aulas para renegar con los que no despiertan y reír con los demasiado despiertos; quiero volver a planear un curso y a encender antenas, porque estoy convencido de que el aprendizaje nunca termina y los ánimos no cesan. Esto es parte de lo mío, de quien soy, de lo que me divierte y me gusta hacer.

En UVM viví este lado universitario de manera intensa: estudié una maestría donde aprendí de mis compañeros y me inconformé, extrañaré las repentinas, las charlas con mis alumnos al final de clase, sentarme a trabajar en la sala de maestros con un café cargado, contar chistes malos y hacer bromas que sólo yo entiendo, hacer preguntas que vayan más allá, despertar la musa ajena, salir a visitas capaces de sorprender y de provocar asombro, ser el malo generando estrés y sonreír mientras disminuyo la presión, escuchar las barbaridades cándidas y rudas de mis estudiantes, maravillarme con su talento y desesperarme de que no sepan qué hacer con él, acompañar y siempre ser el que más aprende.


Sólo me resta agradecerles, a todos (alumnos, compañeros y maestros), por esta etapa y por sacarme del hoyo mientras recuperaba el sentido. Ahora estoy más despierto, más vivo que nunca. Gracias.

miércoles, abril 30, 2014

38 días del niño

Hoy comencé el día contándoles cuentos a mis alumnos de licenciatura. Quise llevarles ranitas saltarinas pero no hubo chance. Cada año pienso en este día como un pretexto para repensarme niño y hoy quisiera, en un juego  numérico, enlistar 38 situaciones en las que soy un niño. Advierto que aparecerán pasiones y confesiones.

  1.        Contar un cuento.
  2.        Reír de un chiste malo, malo y después platicarlo hasta olvidarlo.
  3.        Lamer la parte de arriba de un pan para que no me lo quiten
  4.       Echar un pedo (pero de los silenciosos) en un sitio y huir para ver qué cara ponen o qué dicen las personas que se quedan allí.
  5.        Disfrutar de 31 minutos y cantar sus canciones.
  6.        Platicar de caricaturas.
  7.        Contar mi experiencia en el ride de los minions (¡de verdad, me convertí en un minion! Fue gracias a un rayo que inventó Gru).
  8.        Sacarme un moco, verlo y embarrarlo por ahí. No tengo lugar favorito, puede ser donde sea.
  9.        Descubrir a alguien haciendo trampa en un juego de mesa.
  10. .   Hacer trampa en un juego de mesa.
  11. .   Cantar imitando a algún intérprete reconocido.
  12. .   Pasar varios minutos observando los juguetes del Walmart lamentando que no me alcanza el dinero.
  13. .   Comprarme un juguete.
  14. .   Platicar con Coco y Cristóbal (mis perros), y ser su traductor.
  15. .   Jugar a que tienes cara de nariz, o de puerta, o de silla o de lo que sea que vea.
  16. .   Escribir sin preocuparme de lo que salga.
  17. .   Dibujar.
  18. .   Decir: “no quiero ir a la escuela”.
  19. .   Jugar almohadazos.
  20. .   Esconder cosas de los demás.
  21. .   Hablar serio cuando se trata de una broma o una mentira.
  22. .   Leer un libro para niños.
  23. .   Rayonear un libro con palabras y dibujos.
  24. .   Pensar en lo que me gustaría ser de grande.
  25. .   Encontrar figuras en las nubes.
  26. .   Estar convencido de que las hadas existen, y los duendes también.
  27. .   Hacer mezclas rudas con los dulces y la comida.
  28. .   Carcajearme sin importar que lo haga fuerte ni el lugar.
  29. .   Pensar en cómo sería si volara o si fuera invisible o si viajara al pasado.
  30. .   Robarle dulces de la piñata a los niños.
  31. .   Hacer juguetes con sobrantes o desperdicios.
  32. .   Hacer palabras en la sopa de letras.
  33. .   Desear cada noche volver a encontrar el cerdito que teníamos Hashish y yo en un sueño de hace semanas (ha de estar hambriento, o muy grande ya).
  34. .   Mover la silla para que alguien se caiga.
  35. .   Hacer bolita.
  36. .   Saludar botargas y tomarme foto.
  37. .   Pedir bolo en las fiestas infantiles.
  38. .   Hacer una lista de cosas de niño que hago de cotidiano.

viernes, marzo 28, 2014

Hasta el fin de los días

Hace muchos años que admiro el trabajo de Martha Pacheco. Esta pintora tapatía, además de que es una maestra en cuanto al aspecto técnico, se ha convertido en un referente del arte contemporáneo en México por el tema que aborda: la muerte, o mejor dicho, “los muertos”. Hace muchos años me tocó entrevistarla y comentaba cómo su trabajo debe hablar por sí mismo. Ella, silenciosa, deja al espectador sorprendido, aturdido, le mueve el estómago y lo deja con la opción de interpretar lo que ve, de darle un sentido si lo tiene y siempre consigue trasladar a lo estético y significativo una imagen que bien podría aparecer en las portadas de la nota amarilla. Eso la distingue. Logra llegar a la reflexión del sentido de la vida, de la muerte, nos coloca a todos sobre una plancha y nos hace iguales a todos, sin excepción nos descomponemos.

Inevitablemente pensé en ella cuando asistí a la función de “Hasta el fin de los días”, documental dirigido por Mauricio Bidault y producido por Vanessa Romo que ofrece una visión de quienes trabajan en el Instituto Jalisciense de Ciencias Forenses. El filme muestra, sin narrador, sin referentes gráficos, una narración sostenida en la edición que mostraba escenas cotidianas: un hombre asesinado mientras ve televisión, otro en varias bolsas sobre vagones de un tren, uno más calcinado en un accidente automovilístico. El espectador se sorprende, ve las cosas tal y como son, y encuentra en la labor de peritos, investigadores y administrativos, lo que una serie televisiva o una película de acción jamás muestran.
Desde distintos ángulos se puede notar el cuidado que se tuvo para esta realización. A pesar de que aparecen cameos de personas ya muertas, en ningún momento se deja sentir lo ofensivo que puede parecer el morbo. Sin caer en amarillismo, la cinta se acerca más a lo científico, a lo médico, a lo social, y eso permite encontrar notas de profesionalismo en los personajes (en ningún caso actores) que aparecen en el crematorio, en el trabajo social, en el departamento de balística, o en la morgue, donde mientras la cámara enfoca el rostro del forense se escucha cómo su cuchillo abre las entrañas de un cuerpo. Así, desde el sonido, se refuerzan las acciones dramáticas. Esta parte la producción se convierte en el acento que ofrece lecturas reales, y esto se nota en los gritos del hermano del recién fallecido al otro lado de la puerta o en el silencio del personal que recibe a una mujer con sus hijos de tres y seis años tras un acto de parricidio-suicidio.
La película no cuenta una historia en concreto, no es posible establecer un guión previo para realizar un documental de estas características. Se sujeta de lo que sucede, se acomoda a partir del ritmo  de cada situación y se une en la reconstrucción del rostro que artesanalmente aparece de un cráneo. Crear un proyecto así puede ser tan peligroso como para caer en la pretensión, en la provocación o en simpleza de la nota periodística, pero gracias a la decisión de evitar narradores o letras digitales, música de fondo, de acentuar la función del sonido y centrarse en la edición, el resultado es, “nada más”, cine.

Así como lo sugiere Martha Pacheco, “Hasta el fin de los días” transforma al espectador en un ser reflexivo que, al salir de la función, saca sus conclusiones. Así es como funciona el arte contemporáneo.

viernes, enero 31, 2014

Niño de Octubre


Sigo a A la Deriva desde que comenzó y ahora no tengo duda de que es, para mí, el grupo de teatro más interesante de la ciudad y debe ser -lo dicen sus participaciones en las muestras nacionales y fuera del país-, uno de los más importantes de México en cuanto a teatro para niños y jóvenes se refiere. Por eso, ha sido un completo honor que Fausto Ramírez y Susana Romo me invitaran a escribir el texto que ahora aparece en el programa de mano. Hacerlo me dio ciertos privilegios; el más importante fue leer el texto antes de verlo interpretado en escena.
Esta obra, de Maribel Carrasco, me llevó a conocer a Hugo y a Figo, quienes luchan por sus vidas en un hospital, y lo hacen ayudados por sus sueños, por la amistad y por el amor. Se trata de la manera más conmovedora de abordar el tema de la donación de órganos, tanto que, confieso, durante la lectura tuve qué detenerme un poco hasta parar de llorar. La expectativa quedó alta, mucho. Terminé y sólo pensaba: "¡Quiero escribir como ella!".
El día del estreno, Hashish y yo íbamos emocionados, por saber cómo resolverían la dramaturgia, por lo que significaba para nosotros regresar al "Alarife", por estar en el programa de mano al lado de Memo Plastilina, quien se encargó de la ilustración y, al ver el trabajo de Fausto y Susana, quedé maravillado por el trabajo de todos. No podía esperar menos. Ajá, lloré de nuevo, y eso que ya sabía lo que ocurriría, así que no me queda más que recomendar esta obra que no nos debemos perder. En serio, vale mucho la pena.

Pensé publicar acá mi textito, pero ya cambié de opinión. Si lo quieren leer, vayan a ver este montaje.

Sábados y domingos de febrero a la 1 PM
Teatro "Alarife" Martín Casillas
Prolongación Alcalde 1351 -frente al Code-
Costos: sábados 50 pesos entrada general
Domingos 70 pesos general y 50 pesos niños, estudiantes y tercera edad


jueves, enero 30, 2014

De visita en la Secundaria Mixta 82

Leer ante un público, contar cómo ha sido mi proceso como creador, fue un sueño que tuve durante mi adolescencia. Algún día ocurrirá, pensaba, ha de ser bonito que lo reconozcan a uno. Reconocimiento. Eso buscaba. A estas alturas, escribir se ha convertido en un compromiso, en una responsabilidad, pero sobre todo en un modo de vida, de encontrarme, de mirarme en un espejo y exponerme para que otros se miren a sí mismos. Estoy aquí para escribir.
Visto de ese modo, el reconocimiento no es importante, de verdad, es lo de menos. Y cada que visito una escuela me queda más claro que obtengo más de lo que preguntan, observan y me hacen reflexionar que de lo que puedan pensar de mí. Así sucedió el viernes 24 de enero, al visitar a la Secundaria Mixta 82, una escuela que aún no es construida pero que cuenta con aulas provisionales en un espacio provisional de Lomas del Mirador, en Santa Fe (Tlajomulco).
La invitación llegó de parte de Adriana Galaviz, compañera de mis épocas de Pingo en El Informador, quien da clases de Español y aprovecha sus contactos para llevar autores a sus alumnos. La experiencia fue gratificante del todo y los muchachos se portaron estupendos, inquietos, llenaron el aula de preguntas y aproveché la confianza para leerles algo inédito, ejercicio que siempre sirve para saber si le seguimos o nos regresamos.
Esta visita me hizo pensar mucho en cómo se habla, se condena, se increpa en contra de los maestros que se encargan de la educación pública. Siempre insisto en cómo un colegio no garantiza mejor educación sólo por serlo, y que la calidad de los profesores es independiente del plantel al que asisten. El sistema, es otra cosa.
Retomo este blog para agradecer a cada uno de los alumnos y maestros de esta secundaria por sus atenciones y esperando que sus condiciones de infraestructura para estudiar, mejoren. Plantilla académica de valor, ahí está. Todos merecemos escuelas dignas.

lunes, abril 15, 2013

La radio. ¿Qué me quiere decir?


Hoy recibí la llamada de una buena amiga que vive un momento triste, del que nadie se recupera entero. Me pidió que le ayudara a cubrirla en sus dos programas de radio. Pocas semanas antes, otra amiga que vive un momento alegre, del que nadie  regresa igual, me pidió que le ayudara a cubrirla temporalmente en su programa de radio.
Se trata de una revista cultural, un programa de promoción a la lectura y otro de radio infantil. La radio llega de regreso: mi primer amor, como le digo. Y le decía a Hash que algo me quiere decir la vida, Dios, el destino, el mundo, o como lo queramos leer. En este día, que no ha sido muy bueno que digamos (de esos a los que uno apenas sobrevive) coincide la conciencia de un mensaje. ¿Qué dirá?
Entonces pienso en la radio como mi primera escuela. Lizeth Álvarez, Hugo García, David “Negro” Guerrero, “El Pinos”, Elena Castillo, entre mucha otra gente están frente a mí. Reflexiono. Allá, en la Radio Universidad de Guadalajara del ’96, aprendí la importancia de los acentos, de las comas, de vocalizar. Tan solo desde el aspecto técnico hace falta pensar en lo que se dice. Don Joel Estevané, en un curso al que fui, explicaba que lo importante no era la voz, sino lo que se dice. Con Gabriela Bautista y Ceci Fernández descubrí la magia de darle sentido a lo que se dice. “Cuida el sentido y los sonidos cuidarán de sí mismos”, dice Lewis Carroll.
¿Qué dirá?
Asisto a los primeros programas de la revista cultural. Me escucho atropellado, apurado, con prisas, preocupado, nervioso, inseguro. Sobre todo cuando estoy solo. Y ahora recuerdo algunos consejos de David, quien hablaba con calma al micrófono, con aquella sabrosura que tenía como buen conversador. Hacía tiempo que no estaba frente al micrófono, y hace tiempo que no reflexiono y que no pienso en el sentido. La semana anterior me sentí más cómodo.
Más allá de que quiero ayudar a mi amiga con sus dos programas, me doy cuenta de que me llegan estos espacios. Hace poco pensaba: quiero hacer radio. Ya se cumple. Pero, ¿para qué? ¿Qué diré?
Hoy me di cuenta, a través de Facebook, que hace tiempo no pienso dos veces lo que digo y que debo ser congruente con lo que quiero. La congruencia se escucha, se lee, se siente. En la radio es importante conectar la razón con lo que se dice, es donde la importancia del fondo se nota en la forma. Eso hay que llevarlo a lo cotidiano.
Los puntos, los acentos y las comas son fundamentales en la radio. Sirven para enfatizar, para hacer una pausa o continuar cuando sea necesario, para darle orden a las ideas. Lo son todo. Y esta es una enseñanza que, quizás, me quiera decir la radio, en una transición de apenas unas cuantas semanas. Tal vez sólo llegue para recordarme por qué este medio es mi primer amor.
Gracias Ana, gracias Yade, gracias Hash, por ser parte de este crecimiento, por todo, por siempre. 

viernes, julio 20, 2012

Todo fain con Juan Cirerol



“No le des mucho tiempo al destino / sabes que no existe otro camino / mientras yo me voy de aquí / ¡ay te dejo estas molestias! / ¡sabes que me gusta la Metanfeta!”, canta Juan Cirerol. El Salón Púrpura está casi lleno, algunos corean, otros intentan bailar algo que no saben definir qué es. “Es como el Bob Dylan mexicano”, opina alguno. “Es más Johnny Cash”, dice otro. Eso explica por qué abrió el concierto una persona que interpretaba a Bob Dylan. Pero, ¿no hay muchos que quieren parecerse a él? Entonces, ¿qué tiene de auténtico o de especial este Juan Cirerol? ¿Cómo es que él solo, con un bajo sexto y una armónica ha conseguido tantos seguidores y el visto bueno de empresarios o críticos como para llevarlo al Vive Latino e incluirlo en la lista previa de los Grammy Latinos como Best New Artist? Incluso vi un video donde Alfonso André (Caifanes) lo espera como fan para tomarse una foto con él.
“Soy cantante de taquería”, dice. Y su personalidad ayuda, claro está. Hace entrevistas borracho, admite que se empastilla, tiene una canción donde habla de rolar la mota, pero, ¿es eso? Él mismo da respuestas. Cita a Cornelio Reyna y en efecto, no hace la voz como Dylan ni como Cash, sino como el vocalista de Los Relámpagos del Norte. Y aunque se nota la influencia de la música country, rasguña el bajo sexto (instrumento que se usa para la música norteña) muy al estilo de Miguel y Miguel, mientras con la armónica busca sonidos similares a los del acordeón de Ramón Ayala. Entonces, ahí encontramos cómo se arma este cantante que no oculta usos y modismos chicallis, con letras que tienen algo de Jaime López y del desconocido César Hernández “Chícharo”. ¡Qué mezcla!
Claro está que, como con la música que encuentra el hippster, la idea del norteño se queda en Los Tigres del Norte y eso se observa también en la versión deslactosada light de Troker (¡estupendos músicos!, y lo digo en serio) que no cuentan con esa formación arrabalera o sierreña que sí se puede notar en grupos como Colectivo Nortec o Kinky.
Escuchar a Juan Cirerol es contar con una esperanza de que algo nos salva del rock afresado que escuchamos por todas partes, y no hay más que comprender que los ingredientes ahí están, como en una cocina. No hay nada nuevo.
“Todo está fain”, diría este músico luego de beber una caguama bañado en sudor.